Félix Varela y la guía de la justicia

José de la Luz y Caballero lo definió como el primero que no enseñó a pensar. Sacerdote, escritor, maestro, político y filósofo cubano, Félix Varela aunó en su figura la trascendental brillantez y consumada claridad para configurar una de las bases en la cual se conflagraría el espíritu independentista en la segunda mitad del siglo XIX. Si bien Varela nos enseñó a pensar, es reseñable con cuánta frecuencia algo que él combatió, el laudo absurdo y oportunista a la patria y a la religión, se ha establecido en una condición indispensable hacia quienes estiman (desde fragmentos) su memoria con el paso del tiempo.
No obstante, los empeños para avizorar su pertinencia no son arduos: basta con leer sus reflexiones, prolijas y claras como el agua, para entender la grandeza de un hombre que entendió como tarea fundamental la responsabilidad y el civismo, la configuración de una sociedad mejor desde el enaltecimiento de sus libertades y la diversidad de opiniones, en franca adhesión con la tarea de formar a la población.
“Caracteriza con acuciante certeza la cogitación expositiva de Varela, apegado creadoramente aún a las normas de su tiempo, en cuanto a escritura, influencias, orden lógico y espíritu persuasivo de sus explicaciones. A diferencia de Luz, prima la enseñanza rectora, lógica, por sobre el vuelo de las concepciones. Su metodología filosófica brilla por sus pautas lógicas y excelsas reflexiones. La originalidad de su discurso es perceptible, y revelador el estilo propio”, expone el investigador Rigoberto Pupo, para quien el discurso de Varela también posee un cauce filosófico adscrito a reflexiones vinculadas con el espíritu de las ciencias.
En tal sentido su oposición a la enseñanza escolástica, el impartir clases en español y no en latín o el desarrollo de experimentos y métodos en disciplinas como la Física o la Química no agotaron el amplio escenario académico por el cual discurrió Varela con méritos propios, como los que expuso en su Miscelánea Filosófica o en las previamente célebres Lecciones de Filosofía. El reavivamiento del absolutismo tras la coronación de Fernando VII no solo supuso amenazas de muerte para el cubano, sino también la condena al destierro y la interrupción de una labor que llevó una de las voces más adelantadas de la época a las cortes españolas.
Tras ello el refugio de las letras no disminuyó la fuerza de sus mensajes. No era Varela un agitador político, era un maestro, un formador. Desde esa esfera transcurrieron de su letra las páginas de El Habanero y uno de los ensayos más brillantes de inicios del período decimonónico en la Isla: Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo y sus relaciones con la sociedad (1835).
“El periodismo independentista de El Habanero había comenzado a surtir un gran efecto en la juventud criolla ilustrada, compuesta en su inmensa mayoría por exalumnos de Varela en las Cátedras de Filosofía y Constitución, respectivamente, del Seminario San Carlos y San Ambrosio. Y si acaso en el más absoluto de los respetos no alimentaba las inclinaciones por la lucha armada, tampoco las desestimaba. Entonces apareció el axioma que pudiera constituir la teleología de su praxis política: `Pensar como se quiera, operar como se necesita’ (…) Y desde esa norma de prédica y actuación se emancipan valores morales tales como la prudencia, la dignidad, la libertad responsable y el colectivismo”, comenta el investigador y profesor universitario Emilio Antonio Borrero Ramírez.
En esa amalgama, la ética de la justicia regía los demás supuestos y en su cultura política se integraban también la dignidad y el honor, amén a sus ideas y a la exposición de éstas en su praxis filosófica y pedagógica: “Las armas de la calumnia envilecen al que las usa y honran al que recibe sus golpes (…) es más fácil despreciar que responder (…) una sociedad en que los derechos individuales son respetados, es una sociedad de hombres libres (…) el más cruel de los despotismos es el que se ejerce bajo la máscara de la libertad”. Un texto como “Máscaras políticas”, publicado en El Habanero, da cuenta de ello.
“Pero Varela lo subvierte todo. Primero en los terrenos álgidos de lo que se llamó posteriormente la epistemología (teoría del conocimiento) y la ideología, cuya cuestión esencial era el origen de las ideas. Y todo ello con un solo pensamiento: emancipar a Cuba de todas las opresiones posibles”, explica la investigadora Alicia Conde Rodríguez, quien, además, añade:
“Desde sus tempranas publicaciones hasta las últimas es nuestro Varela. Su verticalidad y firmeza, su honradez cívica, su humanidad generosa y limpia, su profundidad filosófica y política, su patriotismo en las más difíciles circunstancias de Cuba y las suyas propiamente, lo hacen nuestro para siempre”.
El maestro y periodista cubano Julio García Luis en una reflexión sobre la intencionalidad en las publicaciones de Varela comenta cómo su estrategia política, con sentido realista y dialéctico de la historia: “(…) se distingue por la idea de aprehender lo cubano dentro de lo americano, y esto a la vez dentro de lo universal; por su sentido de identidad y de originalidad; y por la vinculación entre conocimiento y práctica, que se expresa en el concepto de utilidad. Lo verdadero es lo bueno, y lo bueno es lo útil, lo que sirve para llevar adelante la transformación social y política”.
En ese convite, concluimos con esta apreciación del historiador Eduardo Torres Cuevas: “Lo permanente de Félix Varela es, no solo haber iniciado el camino que conduce a la independencia ideológica y política, sino también haberle dado una sólida base ética a las aspiraciones del pueblo cubano. Esta concepción lo lleva a una posición donde su pensamiento se expresa a través de un prisma popular. Desde sus primeros trabajos, Varela aprecia y fundamenta la verdad no en la élite económica e intelectual sino en los que él llama los `rústicos´, es decir, los hombres sencillos. Al definir al criollo incluye a los negros. En una etapa en que la oligarquía y sus acólitos no se atreven a usar conceptos como los de `pueblo´ y `masas´, Varela expresa su criterio de que es el pueblo el actor de los acontecimientos sociales”.