Julia Pérez y Montes de Oca: voz femenina del Romanticismo cubano

La poesía de Julia Pérez y Montes de Oca ocupa un lugar destacado en la literatura cubana del siglo XIX, como una de las voces femeninas más sensibles y auténticas del Romanticismo nacional.
Cultivó una poesía íntima, melancólica y profundamente emotiva, en la que se entrelazan los ideales románticos con las vivencias personales marcadas por el dolor, la pérdida y la devoción religiosa.
Su obra, aunque no tan extensa ni tan difundida como la de su hermana, Luisa Pérez de Zambrana, posee una calidad lírica notable.
En sus versos se percibe una sensibilidad aguda ante la naturaleza, el paso del tiempo y los afectos familiares, temas recurrentes en la poesía romántica, pero abordados desde una perspectiva profundamente femenina y doméstica.
La muerte prematura de seres queridos –una constante en su vida– impregnó su escritura de un tono elegíaco que, lejos de caer en lo meramente sentimental, alcanza momentos de auténtica profundidad espiritual.
Ella supo articular con maestría el lenguaje poético de su época, utilizando recursos como la musicalidad, la imagen evocadora y la introspección emocional para expresar su visión del mundo.
Aunque vivió en un contexto social que limitaba el espacio público para las mujeres, su voz trascendió los muros del hogar a través de la palabra escrita, convirtiéndose en un referente temprano de la literatura femenina en Cuba.
Su poesía, cargada de ternura, fe y melancolía, sigue resonando como un testimonio íntimo y valioso de una época en la que las mujeres comenzaban a alzar su voz desde las páginas de los libros.
Hoy su figura merece gozar de una mayor difusión, no solo como parte del legado romántico cubano, sino como una precursora de la expresión literaria femenina en el país.
Nacida en La Habana el 25 de diciembre de 1832, perteneció a una familia culta y destacada en la literatura. Formó parte del círculo intelectual habanero de su época, aunque vivió con cierto retiro. Falleció en la misma ciudad el 2 de julio de 1884.
Uno de sus poemas más representativos es el soneto titulado A mi madre:
¡Oh madre! en mi dolor, en mi tristeza,
tu nombre es mi consuelo y mi esperanza;
tu imagen santa en mi memoria avanza
como un rayo de luz en la rudeza
del mundo… ¡Tú que en santa abnegación
me diste cuanto el corazón encierra!
¡Tú que velaste en mi primera sierra
con celestial y tierna protección!
Hoy que la vida me es tan desigual,
hoy que me asalta el desaliento fiero,
vuelvo a ti, madre, como el ave al nido,
y en tu regazo busco un bien perdido:
el bien de amarte más… ¡oh dulce acierto!
¡Amarte más… y no hallar otro cielo!