Villa de San Cristóbal de La Habana: La ciudad que nació dos veces
Bajo la sombra de una frondosa ceiba, a la orilla de una bahía de aguas tranquilas, un grupo de españoles celebró una misa y un cabildo el 16 de noviembre de 1519. Este acto, aparentemente sencillo, marcó el nacimiento de la Villa de San Cristóbal de La Habana. Sin embargo, la historia completa es mucho más compleja y enigmática de lo que sugiere esta imagen. La Habana, en realidad, nació al menos dos veces -primero en la costa sur de Cuba y después en su ubicación actual- y en el proceso se transformó de un modesto asentamiento en la “Llave del Nuevo Mundo”, título que le concedió la Corona española en 1634 por su importancia estratégica.
Más de cinco siglos después, la capital cubana conserva ese aura de misterio y magnetismo que ha desafiado huracanes, crisis y el simple paso del tiempo, una ciudad que, en palabras de su historiador eterno, Eusebio Leal Spengler, se construye tanto sobre cimientos históricos como sobre la poderosa fuerza de la tradición y el mito.
La historia oficial señala 1519 como año de fundación, pero los especialistas saben que los orígenes habaneros son más antiguos y enigmáticos. Como explica el historiador y periodista cubano Ciro Bianchi Ross: “Realmente no es cierto que se fundó hace 500 años, sino hace mucho más”. La que sería la última de las siete villas fundadas por Diego Velázquez en Cuba tuvo su primer asentamiento en la costa sur, específicamente en la desembocadura del río Mayabeque, en un lugar cercano a lo que hoy es el Surgidero de Batabanó.
Este primer emplazamiento, fundado alrededor del 25 de julio de 1515 -día de San Cristóbal, de quien tomó su nombre-, no prosperó debido a las condiciones inhóspitas del terreno. “A consecuencia de las plagas de insectos y de reconocerse malsano dicho sitio, sobre todo para los recién nacidos, se trasladó a poco la villa”. El investigador Ignacio Suárez, del Instituto de Historia de Cuba, explica este fenómeno con lógica colonizadora: “Cuando los españoles colonizaban, buscaban los mejores lugares para fijar ahí los asentamientos. La búsqueda de agua, de madera, de recursos naturales y mejores puertos fue seguramente lo que llevó a desplazar la ciudad hacia el norte”.
El segundo intento se produjo cerca del río Casiguaguas (hoy Almendares), pero sería el tercer y definitivo asentamiento, junto a la bahía que Sebastián de Ocampo había llamado Bahía de Carenas, el que determinaría el destino de La Habana. Dick Cluster, coautor de La Historia de La Habana, señala que la conquista de México en 1519 convirtió este puerto en una posición estratégica para el trasiego de mercancías entre España y sus nuevas colonias. La villa, entonces, comenzó a crecer al ritmo de las flotas y se convirtió en el núcleo del comercio entre Europa y América.
El nombre completo de la villa fusiona la tradición religiosa española con el sustrato cultural indígena. “San Cristóbal” responde a la costumbre de nombrar los nuevos asentamientos según el santo del día de fundación. Por su parte, La Habana tiene un origen más debatido, aunque la hipótesis más aceptada sugiere que proviene de Habaguanex, nombre del cacique taíno que controlaba el área de su ubicación definitiva. Como bien apunta Bianchi: “Solo cuando queda establecida en la costa norte, en tierras del cacique Habaguanex, es que comienza a llamarse, tal vez para diferenciarla de la otra del sur, San Cristóbal de La Habana”.
La importancia de La Habana en la historia cubana se consolidó rápidamente después de su fundación definitiva. Menos de un siglo después de su establecimiento en la bahía, el gobernador general de la isla decidió mudar su residencia allí, y La Habana recibió el título de ciudad, desplazando a Santiago como capital de Cuba. Esta promoción no fue casualidad: su excepcional bahía, capaz de albergar hasta mil barcos en los tiempos de la conquista y colonización, decidió su destino.
En 1561, la Corona española dispuso que La Habana fuera el lugar de concentración de las naves españolas procedentes de las colonias americanas antes de cruzar juntas el océano (la Flota de Indias). Esta decisión transformó la villa en un centro comercial de primer orden y la expuso a ataques de piratas y corsarios, lo que motivó la construcción de un sistema defensivo impresionante -con fortalezas como La Real Fuerza, El Morro y La Punta- que convirtió a la ciudad en una de las mejor defendidas del Nuevo Mundo.
El escudo de armas concedido en 1665 representa mediante tres torreones precisamente esas fortalezas que defendían la ciudad. Para entonces, La Habana ya era conocida como la Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales, título concedido por Decreto Real en 1634 que evidenciaba su importancia geoestratégica para el imperio español.
Un capítulo crucial en la historia habanera fue la toma de La Habana por los ingleses en 1762, un evento de la Guerra de los Siete Años que demostró la vulnerabilidad de la ciudad y su valor estratégico. Aunque España recuperaría el control al año siguiente, este episodio marcaría un punto de inflexión en la historia de la ciudad y de toda la isla.
En la actualidad, La Habana es mucho más que la capital política de Cuba; es su corazón histórico, económico y cultural. Con una población de aproximadamente 2.1 millones de habitantes—alrededor del 20 por ciento de la población cubana—la ciudad enfrenta desafíos contemporáneos como el envejecimiento progresivo, la escasez de viviendas y el deterioro de infraestructuras. Sin embargo, ha sabido conservar, como pocas ciudades americanas, el patrimonio arquitectónico de su pasado colonial.
El centro Histórico de La Habana Vieja, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982, constituye uno de los conjuntos arquitectónicos mejor conservados de América Latina. Contiene 88 monumentos de alto valor histórico-arquitectónico, 860 de valor ambiental y 1760 construcciones armónicas.
Más allá de los números, La Habana mantiene su esencia como crisol cultural donde conviven el bolero, el son cubano y la salsa; donde el catolicismo se sincretiza con tradiciones afrocubanas como la santería; y donde festivales internacionales de ballet y arte contemporáneo dialogan con expresiones populares.
Al conmemorar más de cinco siglos de historia, la capital cubana se revela como una ciudad de múltiples fundaciones: la fundación física junto a la ceiba, la fundación histórica mediante documentos y actas, y la fundación simbólica que se renueva constantemente a través del trabajo de sus historiadores, arquitectos y habitantes.
La decisión consciente de Eusebio Leal de celebrar los 500 años en 2019, privilegiando una fecha sobre otras posibles, nos recuerda que las ciudades no son solo piedra y cal, sino también relatos, memoria y proyectos colectivos.
La Habana, con los matices dibujados por las luces y sombras en su historia, sigue siendo esa Llave del Nuevo Mundo que imaginaron los españoles, pero no para abrir puertas imperiales, sino para desvelar la riqueza de una identidad que se forjó entre la ceiba fundacional y el malecón infinito, entre las fortalezas militares y los paladares contemporáneos.

