Carlos Rafael Rodríguez, siempre al servicio de la Revolución

A este hombre inmenso, íntegro, que dedicó buena parte de su vida a atender y encauzar asuntos medulares de Cuba y su Revolución, se le recuerda siempre con respeto y un cariño abrazador de hermano entrañable en la causa revolucionaria.
La infinita lealtad y el compromiso de Carlos Rafael Rodríguez (Cienfuegos, 23 de mayo de 1913-La Habana, 8 de diciembre de 1997) han sido incuestionables, junto a su inteligencia y sabiduría, más allá de los estudios académicos. Y en él se depositó toda la confianza, esa que nunca defraudó.
Cuba se enorgullece de haberlo tenido como hijo ejemplar, sin manchas en su conducta. No aparece explícitamente tratado en los libros de Historia, pero los cubanos saben de su rica trayectoria, de firmeza y fidelidad infinitas con sólo escuchar su nombre.
Su humildad, al recibir en mayo de 1996 la Orden Nacional José Martí que le otorgara el Consejo de Estado, de manos del Comandante en Jefe Fidel Castro, la dejó explicita en sus palabras de agradecimiento de aquel día, cuando recién había cumplido sus 83 años de edad: «Lo único que desearía es ser considerado un combatiente, mientras me quede un hálito de vida».
Era casi un estudiante adolescente cuando quedó conmovido ante el asesinato de Rafael Trejo por parte de la tiranía de Gerardo Machado, y a partir de ahí se despertó aquella conciencia antiimperialista y rebelde que ya conocía de los libros de José Martí y que poco a poco continuaría enlazándolo con el pensamiento de Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Ilich Lenin.
También bebió de la acción y el ejemplo de Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, excepcionales jóvenes de su tiempo, hasta convertirse en un prestigioso intelectual y pensador político, que mucho aportó al proceso social triunfante del Primero de Enero de 1959, reconociendo ante todo al gran estratega y el pensamiento revolucionario de Fidel, adaptado a las condiciones de Cuba en cada circunstancia.
Carlos Rafael combatió firmemente y con sabiduría, desde el pensamiento más profundo y fundamentado, todas las estrategias y patrañas de los enemigos de la Revolución; conocía muy bien cómo se movía en el mundo la opinión pública y su manipulación, así como ganaba cada vez más conocimientos sobre los países, las economías y las políticas. Diestro en todo lo referido a política internacional y tendencias ideológicas.
Nada le fue ajeno, mucho menos las cuestiones inherentes a la historia de Cuba y a su pueblo, del que formaba parte genuina, sincera, enaltecedora. Hombre de una amplísima cultura en la acepción más abarcadora del término, amante además de la buena música y del mejor arte, al que mucho le agradaba Mozart y Benny Moré.
Como él mismo pidiera un día, Carlos Rafael continúa combatiendo hoy con su legado de ideas, principios y enseñanzas, excepcional fuente de la que deberán beber siempre las actuales y futuras generaciones.