Como una llama de patriotismo, Conrado Benítez

Como una llama de patriotismo, Conrado Benítez
Foto: Radio Florida

Faltaba poco más de un mes para que Conrado Benítez García cumpliera 19 años de edad y ya se convertía en el primer mártir de la Campaña de Alfabetización el 5 de enero de 1961.

Aquel día fue asesinado junto a varios campesinos de la zona por la banda contrarrevolucionaria de Osvaldo Ramírez, en el macizo montañoso del Escambray, en la zona central de Cuba, escenario de los ataques terroristas organizados por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos.

Cuentan los que lo conocieron que era un joven tranquilo, tímido e introvertido, pero con muchas ganas de estudiar y superarse. El joven matancero tenía una especial vocación por el magisterio y se había unido, desde los primeros meses de 1960, al contingente de Maestros Voluntarios en la Escuela de Capacitación Pedagógica de Minas de Frío, en la Sierra Maestra.

Tras el llamado hecho por el entonces primer ministro Fidel Castro Ruz, de masificar el conocimiento en el pueblo, se sumó a la Campaña de Alfabetización desde el primero de enero de 1961, a solo dos años del triunfo revolucionario que había hecho realidad sus sueños de dignidad y libertad, que le posibilitó también matricular en el Instituto de Segunda Enseñanza de su tierra natal.                                                                                             

En plena labor alfabetizadora, durante el día daba clases a más de 40 niños, y por las noches a otros tantos adultos que no sabían leer ni escribir. Fue en horas de la tarde del 4 de enero, al regreso de sus vacaciones de fin de año, que no demoró en llevar a sus alumnos los libros de cuentos y las golosinas que les había comprado, a pesar de la alerta de uno de los campesinos sobre la presencia de las bandas de alzados en esa zona del Escambray.

Su ilusión por compartir con sus discípulos fue más fuerte que ese aviso, por lo que decidió continuar su rumbo, con la corazonada de que llegaría antes del anochecer a la finca San Ambrosio, lugar donde alfabetizaba.

En la noche de esa jornada fue sorprendido por un grupo de hombres armados que lo golpearon, le ataron las manos a la espalda y lo secuestraron, para después someterlo a numerosas torturas.

Ya el 5 de enero, y tras un juicio simulado, lo condenan y le dan muerte por el crimen de ser “pobre, negro y maestro”. Entre los objetos encontrados junto a su cadáver estaban algunos libros de Composición, Fisiología y Aritmética, así como los obsequios que con amor quería entregar a sus alumnos.

Foto: http://cubamuseo.net/

Creían que con su muerte pondrían freno a una de las más hermosas obras de la Revolución. Pero el acto terrorista no amedrentó, sino que como una chispa levantó una ola de indignación y fervor patriótico y revolucionario, que se manifestó inmediatamente en la disposición de miles de jóvenes a partir de inmediato hacia los llanos y las montañas de Cuba, organizados en las Brigadas Conrado Benítez, constituidas doce días después en honor del maestro asesinado, para llevar a cabo la campaña.

Fidel dijo el 23 de enero de ese año, en el acto de graduación del Segundo Contingente de Maestros Voluntarios: “…Conrado solo conocía del sudor honrado, solo conocía de la pobreza… Como las fuerzas del pueblo, apoyadas en su derecho y en su razón, son mil veces superiores a las fuerzas de los criminales y de los mercenarios, ya veremos cómo enseñamos hasta el último analfabeto, y ya veremos cómo aniquilaremos hasta el último criminal contrarrevolucionario”.

Ya transcurrieron 62 años de aquel acontecimiento que marcó al pueblo cubano y quedó reflejado con gran fervor patriótico en el Himno de la Alfabetización o el Himno de las Brigadas Conrado Benítez, como también se le conoce: “Cuba, Cuba, estudio, trabajo, fusil, lápiz, cartilla, manual, alfabetizar, alfabetizar ¡Venceremos!”, y que encierra el sentir de toda una generación dispuesta a darlo todo por cumplir un ideal, como aquel valiente joven, Conrado Benítez, que ofrendó su vida.

Foto: Radio Habana Cuba

Ana Rosa Perdomo Sangermés