De Martí aprendimos el aliento sin descanso al patriotismo y al deber

Hay que honrar a José Martí en este aniversario 130 de su caída en combate y cada día, como un deber sencillamente patriótico con el hombre que ardió de pasión por su Patria, no sintió fatiga cuando disponía, atendía y preparaba todo para hacer la guerra… la Revolución. No había tiempo que perder.
El primer extraordinario legado que nos ofreció fue su vida toda y su obra, consagradas a materializar el derecho de Cuba a la libertad y soberanía verdaderas. Con toda la madura capacidad de su genio natural, y sin tener en cuenta el género literario, a Martí se le acepta y se le entiende por lo que dice y por el modo de decirlo.
El Comandante en Jefe Fidel Castro lo reconocía: «Poseía un talento singular…» Tanto íntimo como público, orador o periodista, mostró todo su pensamiento a los demás, ante todo su amor al deber, sin vida propia que no fuera para darla por entero a su causa y a su pueblo.
Su verbo impresionante dejó profundas huellas en sus discursos, crónicas y artículos, muchos de ellos publicados en varios órganos de prensa. También dejó constancia en el aula múltiple del periódico Patria. Y todos los espacios perseguían fomentar la unión y la lucha, como medio para difundir las ideas revolucionarias, sobre todo entre los emigrados cubanos.
Quizás algo menos conocido es el amplio legado epistolar que con mucha dedicación y esmero se ha ido completando con el avance de la Revolución Cubana. Ese intercambio de cartas y notas que Martí realizó durante años tuvo y tiene gran trascendencia, porque sin ellas la Guerra Necesaria no se hubiera hecho en el momento preciso.
Sólo en 1894, en los albores de esa guerra que él soñaba y preparaba desde antes, escribió más de 250 cartas, principalmente a Máximo Gómez, Antonio Maceo, Serafín Sánchez, Flor Crombet y Juan Gualberto Gómez, con un contenido político que destacan al organizador tenaz de la ideología y la acción revolucionarias.
Las misivas querían reencontrar el camino de la independencia después de la Guerra de los Diez Años y se hicieron más frecuentes a partir de 1880. Su labor infatigable desde entonces hizo que se comunicara con muchos para que pudieran aportar su energía al esfuerzo común. Una tarea verdaderamente dura que enfrentó a los inseguros y calumniadores.
Otro tanto escribía para su correspondencia privada con familiares y amigos (como aquella que dejó inconclusa a Manuel Mercado el día antes de su muerte), ante el asombro de muchos que no se explican -aún hoy- cómo tuvo tiempo para tanta labor revolucionaria y cercana. Y tal parece que solo se dedicaba a escribir cartas, pero también traducía, colaboraba con diarios norteamericanos y de toda la América, dirigía el periódico Patria, daba clases a obreros, hacía versos y literatura infantil, y desbordaba todo su espíritu creador.
Sin dudarlo, José Martí amó a Cuba más que a todo. En él todo era sencillez y austeridad: tenía solamente un traje, comía en cualquier parte y dormía donde lo tomara la noche, sin pedir ni exigir nada, mucho menos mejores condiciones. En una ocasión expresó: «Para mí la Patria es agonía y deber».