Destornillador, una injusticia léxica

¿Por qué a la herramienta que usamos para aflojar y apretar tornillos le llamamos “destornillador”? ¿Acaso no debiéramos nombrarlo así solamente cuando lo usamos para aflojarlos?
Pudiera darse la situación de que el mecánico, o electricista, o carpintero, le pidiera a su ayudante que le alcanzara el “atornillador”, porque la operación que va a realizar es apretar la piza roscada.
En algunos países también se le llama, pienso que incorrectamente, “desarmador”. Es la misma cuestión, que da que pensar en que se trata de una injusticia léxica.
Para el caso, los que se llevan las palmas son los que hablan inglés, pues en ese idioma, al susodicho adminículo se la llama screwdriver, lo que traducido literalmente significa “manejador de tornillos”.
Los franceses también dieron en el clavo –o mejor, en el tornillo– pues lo denominan tournevis, que al traerlo al español significa algo así como “girador de tornillos”.
No se entiende que en un idioma tan rico como el hispano nadie haya inventado un vocablo que se ajuste mejor a la función de ese indispensable utensilio. Yo propongo “tornillador”, y así puede que todos queden contentos.
Las primeras referencias acerca del instrumento nos llegan en un texto que data de finales del siglo XV y, por supuesto, se habla de lo que hoy conocemos como destornillador de paleta plana, modelo que campeó por su respeto hasta 1936, cuando el empresario estadounidense Henry F. Phillips inventó el tornillo de ranuras en cruz, y también la herramienta adecuada para manejarlo, así solemos llamarlo igual que el apellido de su inventor.
Hoy en día hay muchísimos modelos de la universal herramienta, adecuados a cada uso, desde los tradicionales planos y Phillips, hasta los que se usan para manejar tornillos que tienen ranuras cuadradas, o en forma de estrella, de hexágono o de pentágono. Entre estos se cuentan los que unen las piezas de muchos juguetes, al parecer para que los niños no puedan desarmarlos fácilmente, o los que sujetan las tapas de los discos duros de computadoras, o las delicadas partes de los teléfonos celulares.
Así pues, llamémosle de una u otra forma, ahí está ese inseparable compañero que no debe faltar nunca en nuestra casa, aunque no nos dediquemos a alguna tarea técnica pues ¿quién no ha tenido que apretar un tornillo en algún momento de su vida?
Por ello, creo que se merece un monumento, aunque pudiera considerarse como tal el conjunto escultórico Catedrales de Los Carpinteros, de Marco Castillo y Dagoberto Rodríguez, que se exhiben en las áreas exteriores del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana.