El Cementerio de Colón: un museo al aire libre

El 27 de mayo de 1987 se declaró como monumento nacional al Cementerio Cristóbal Colón. Considerado como la joya principal de los cementerios cubanos y uno de los mayores en lo referido a su valor patrimonial y cultural en la región y en el mundo, su origen se remonta hacia 1854, cuando se planeó la construcción para suplir la demanda del cementerio de Espada, que se encontraba al tope de su capacidad.
La obra, autorizada el 28 de julio de 1866 por Real Decreto, comenzó el 30 de octubre de 1871 con la colocación simbólica de la primera piedra y la bendición de las tierras que ocuparía el recinto por parte de Benigno Merino, gobernador eclesiástico de La Habana. El proyecto estuvo bajo el encargo del arquitecto Calixto de Loria, quien fue sucedido ante su repentina muerte por Eugenio Raynieri y Sorrentino.
El 2 de julio de 1886 terminaron los trabajos, aunque se mantuvieron labores de restauración en áreas y secciones. “Fue la construcción religiosa más destacada hecha en la ciudad durante el siglo XIX”, afirma el investigador Enrique Martínez en su libro Cuba, Arquitectura y Urbanismo.
“La necrópolis habanera de Colón se destaca por su majestuosidad y ofrece, desde todos los ángulos, su aspecto monumental. Por sus valores artísticos y arquitectónicos es la muestra más amplia y meritoria del arte funerario en la Isla, y en orden de importancia, la tercera necrópolis del mundo”, destaca el escritor, periodista e investigador Ciro Bianchi.
El Pórtico Principal y la Capilla Central del cementerio son algunas de las construcciones más destacadas del recinto. El Pórtico de entrada tiene un estilo románico y conserva sus tres virtudes teologales añadidas en el siglo XX, obras de José Vilalta de Saavedra. En palabras de De Loira, el arquitecto original de la obra: “la naturaleza esencialmente cristiana de la construcción proyectada, de todos los estilos que pudieran adoptarse el más adecuado era el románico-bizantino por su carácter severo a la vez que triste y por la sencillez en la ejecución de su decoración y la solidez de su forma”.
La Capilla Central, por su parte, está compuesta por tres octógonos concéntricos, con el más interior ocupando un recinto de 10 metros de anchura compuesto por altas arquerías sobre pilares con una cúpula octogonal en rincón de claustro.
En palabras del arquitecto Joaquín E. Weiss: “Este recinto está rodeado por una galería de dos pisos, y ésta, a su vez, por un portal con tres vanos por cada lado; en el frente se intercala en el portal un cuerpo rectangular que funge de vestíbulo, el cual, en el piso superior, se resuelve en una torre ochavada que arquitectónicamente sirve de contraparte a la cúpula. Las formas románicas empleadas en la capilla armonizan con las de la portada, pero en mérito arquitectónico aquella es claramente inferior a esta”.
La extensión del cementerio y su dilatada historia albergan un recinto patrimonial invaluable en donde confluyen casi todos los estilos arquitectónicos, con más de 56 mil mausoleos, osarios, capillas, galerías o panteones. En ese conglomerado, algunas tumbas están asociadas con mitos y leyendas populares y conservan bóvedas simples de terrazo, mientras que otras sobresalen por su majestuosidad y fueron construidas a semejanza de las mansiones coloniales de sus dueños. Algunas de las más elaboradas se hallan en la Zona de Monumentos de Primera, en la entrada norte de la Avenida Colón.
Entre los monumentos y esculturas más reseñados de la necrópolis están la Capilla del Conde de Rivero, el Panteón de los Bomberos, la Capilla de Pedro Baró y Catalina Lasa, el Panteón de Marta Abreu, la Tumba de La Milagrosa (donde descansan Amelia Goyri y su esposo José Vicente Adot), el Panteón de los Prelados (reposo del obispo Espada y otros miembros del clero) y la Capilla de la familia Franchi-Alfaro, inspirada en el Mausoleo de Halicarnaso.
*Fotos: Cubadebate