El ingenio de Caturla visto por Alejo Carpentier

El ingenio de Caturla visto por Alejo Carpentier
Foto: Radio Habana Cuba

“Discípulo de Pedro Sanjuán, y luego de Nadia Boulanger, Alejandro García Caturla fue el temperamento musical más rico y generoso que haya aparecido en la isla”. Así lo valoró Alejo Carpentier en el icónico texto de La música en Cuba.

Formado como abogado y compositor, Caturla fue un denodado representante de la música afrocubana en el género sinfónico y formó parte de la Asociación Latinoamericana de Compositores.

Original de Remedios, desde pequeño recibió la influencia de las fiestas tradicionales de aquella urbe y pronto despuntó en la organización de las composiciones.  En 1924 fundó la orquesta Caribe, de formato jazz-band, se unió a la Orquesta Sinfónica de La Habana y en 1935 se incorporó a la Orquesta Filarmónica de La Habana.

“Dotado de verdadero genio, su potencia creadora se manifestó desde la adolescencia en una serie de obras vehementes, dinámicas, incontrolables en su expresión como una fuerza telúrica. Este hombre refinado, con semblante de irlandés, que lo asimilaba todo con prodigiosa facilidad, que aprendía idiomas sin maestro, que se hacía abogado en tres años sin dejar por ello sus estudios musicales, había sentido siempre una atracción poderosa por lo negro. Y no como juego estético o reflejo de las preocupaciones de los intelectuales del momento. Sin tener una gota de sangre negra en las venas, desafió los prejuicios burgueses de la casta acomodada, tomando una esposa negra. No se ocultaba de ello. Por el contrario. En esto se manifestaba un aspecto de la furiosa independencia que lo caracterizaría en todos los actos de la vida”, afirmó Carpentier.

Entre 1925 y 1927 desarrolló sus estudios musicales en París. En 1929 se estrenaron en España sus Tres danzas cubanas como parte de los Festivales Sinfónicos Iberoamericanos de la Exposición Internacional de Barcelona, y en ese mismo año exhibió la pieza Bembé en La Habana. Hacia 1932 creó y dirigió la Sociedad de Conciertos de Caibarién y al año siguiente fundó la revista Atalaya.

Con Obertura cubana obtuvo el primer premio del Concurso Nacional de Música de 1937, en el cual recibió una mención honorífica con Suite para orquesta. Integrado en el circuito de presentaciones de países como Alemania, Francia y los Estados Unidos, continuó sus trabajos como juez municipal y de instrucción, hasta que su vida fue ultimada en 1940, con solo 34 años.

Para Alejo, Caturla tuvo una serie de elementos comunes con respecto a Amadeo Roldán, con el cual mantuvo una estrecha amistad. Entre esas consideraciones resaltó la participación del documento vivo de la melodía cazada en su ambiente previo a la expresión de la misma verdad con temas personales y la originalidad de sus composiciones.

La última pieza de Alejandro, Berceuse, hizo gala de la mezcla de elementos impresionistas de Claude Debussy con géneros de la música popular del campo y el acervo criollo. En ella, al decir de Alejo, “la cubanidad es pura emanación del individuo sometido a una peculiar formación ambiental”.

Para Carpentier este compositor tuvo una forma particular de sentir el folklore: “No fue hacia él, poco a poco, tratando de comprender primero y de acoplarse después, como Roldán. Salido de su corta fiebre europeizante, volvió a los danzones de su adolescencia, partiendo de ellos nuevamente. Sin vacilación, comenzó a expresarse en el lenguaje nutrido por raíces negras guiado por un obscuro instinto y por las afinidades que se habían manifestado ya, de modo elocuente, en su vida privada”.

El autor de El reino de este mundo también valoró en la impronta de Caturla la propensión instintiva a recrear el timbre de los instrumentos típicos aun dentro del marco de una orquesta normal. De este modo expresaba su admiración por La Rumba, una de las obras del compositor de Remedios:

“Desde la introducción, extrañamente confiada a las maderas graves, procedió por súbitos impulsos, por progresiones rápidas y violentas, con vaivén de marejada, donde todos los ritmos del género se inscribían, se invertían, se trituraban. No eran esos ritmos, en sí, los que le interesaban, sino una trepidación general, una serie de ráfagas sonoras, que tradujeran, en una visión total, la esencia de la rumba”.

La constancia, pasión y entereza de su trabajo se conjugan en él de forma unívoca y certera. Esa obra considerable, como la valoró Alejo, estuvo sometida íntegramente a un mismo orden de preocupaciones: “hallar una síntesis de todos los géneros musicales de la isla, dentro de una expresión propia”. Por ello, la inserción en el ámbito orquestal de elementos tradicionales no fue la culminación de un experimento contenido en sí mismo, sino la reafirmación del valor de una nación desde sus elementos fundacionales.

Lázaro Hernández Rey