El Teatro Alhambra y la estampa de una época

El Teatro Alhambra y la estampa de una época
Foto: Fotos de LA Habana

Si bien el Teatro Alhambra se inauguró el 13 de septiembre de 1890, no son pocos quienes sitúan su mayor esplendor en las primeras décadas del siglo XX. Creado por el propietario catalán José Ross a propuesta de Narciso López, el inmueble no contó con las preferencias del público habanero de entonces, acostumbrado a las funciones del teatro Albizu, establecido en la producción de zarzuelas y obras del género chico, por lo cual tampoco fueron exitosas las estampas criollas propuestas por Narciso.

Dicha situación cambiaría, sin embargo, con el arribo del nuevo siglo, en donde el Alhambra protagonizaría la temporada teatral más larga en territorio cubano, desde la renta del mismo por el libretista Federico Villoch, el escenógrafo Miguel Arias y el actor José López Falco (Pirolo), hasta la caída de la platea del recinto y el techo del pórtico en 1935.

En ese período fue consignado en las paredes de ese teatro un reflejo de la sociedad cubana que asistía al nacimiento de la República, con todos los desafueros en la vida política, económica y cultural, en una estampa donde el teatro bufo, la picardía y el arte escenográfico, ofrecieron elementos típicos y representativos de aquella sociedad.

Las más de dos mil obras en sus funciones fueron una expresión de la prodigalidad de quienes las escribieron, así como de las necesidades y el tratamiento otorgado a las representaciones de políticos, personajes, acontecimientos mundiales y parodias de obras clásicas. Fue tal el impacto que de ello surgió un género propio, el alhambresco.

“Con todos sus defectos, con todas las vulgaridades —verdaderas o supuestas— que se quiera atribuirle, este teatro constituye un admirable refugio del criollismo (…) Es uno de los pocos lugares habaneros en que se podía oír (…) danzones ejecutados, según las mejores tradiciones, es uno de los pocos sitios en que se mueven sabrosos personajes-símbolos de la vida popular”, comentó Alejo Carpentier.

El homenaje cinematográfico en La bella de La Alhambra, de Enrique Pineda Barnet, nos permite asistir a parte del encanto y las razones de la repercusión de dicho establecimiento, reservado solo para hombres. «La perdurabilidad del Alhambra se debió entre otros elementos a: libretos muy gustados por el público donde predominaba la risa fácil; los motivos de crítica y la actualidad; el talento de los actores, principalmente de Regino López Falcó, y actrices que los interpretaban; la escenografía; el vestuario y en especial la excelente la música», afirmó la escritora y periodista Susana Méndez.

Desde las composiciones de Jorge Ackermann hasta las interpretaciones de los actores y los escritos de los libretistas, en el reino de la picaresca y el arte popular, como lo calificara Méndez, estuvo un espejo de la República, imperfecta y altanera. En la picardía, la música, el doble sentido y las soluciones traducidas al calor de la sociedad en que se escribieron las obras representadas, fue el Alhambra un espacio que trascendió el teatro y los estratos sociales en un ejercicio limitado, pero efectivo, de diálogo con la realidad.

Lázaro Hernández Rey