El tema racial en el teatro cubano

El tema racial en el teatro cubano

El tema del racismo ha estado presente a través de su historia en el teatro cubano. Plácido, de Gerardo Fulleda León tuvo su premier en 1975 y fue llevada al cine en 1986. El autor pone énfasis en la discriminación racial, no pretende enaltecer a Gabriel de la Concepción Valdés por su respaldo a la conspiración de La escalera, su posterior enjuiciamiento y ejecución, sin embargo, él pasa a la historia como un poeta que luchó contra el coloniaje español y a favor de la abolición de la esclavitud.

La obra tiene el mérito indiscutible de llevar a la escena teatral uno de los personajes históricos y literarios, no blanco, más controvertidos del siglo XIX cubano.

Parece blanca, de Abelardo Estorino fue estrenada en 1994. Puede leerse desde un punto de vista clasista, por cuanto observamos el abanico de clases y estratos sociales del cual se forma nuestra nacionalidad.

 La novela versionada, Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde, es la historia de una mestiza bastarda que se enamora, por desconocimiento, de su hermano blanco. Pero este incesto es consecuencia de un hecho eminentemente discriminatorio. Estorino aquí se anticipa al juego de las apariencias tan común hoy en la narrativa y en algunas zonas de la dramaturgia postmoderna. Parecer blanca significa no serlo, pero, sobre todo, pretenderlo. Alcanzar los más altos estratos sociales lleva implícita la necesidad de no parecer negro.

El tema del racismo en el teatro cubano tiene su exponente también en María Antonia, de Eugenio Hernández Espinosa que se estrenó en 1967 y fue llevada al cine en 1990. Por su doble condición de mujer y de negra, María Antonia es, quizá, el personaje que más ha despertado el interés de críticos e investigadores, pues permite situar la indagación en los debates de raza y de género.

Ella quiere superar el medio en que vive, marcado por los prejuicios raciales y los prejuicios de género. Pero su aspiración siempre se contradice con la realidad de ser una mujer negra marginada. María Antonia hoy nos dice que no basta comprometerse con la lucha contra la discriminación racial si las condiciones que reproducen los prejuicios no se enfrentan directamente. El final de la obra nos advierte.

La ramera respetuosa, de Jean-Paul Sartre ha sido representada varias veces en Cuba por Berta Martínez, Carlos Díaz y más recientemente por Carlos Celdrán que llamó Fíchenla si pueden a su puesta en escena.

La ramera respetuosa parte de los prejuicios y estereotipos raciales negativos, presentes en la sociedad norteamericana de la primera mitad del siglo XX, para hacer verosímil la necesidad de culpar a un negro. La discriminación racial aporta un elemento dramático de consistencia, fuerte, capaz de permitirnos aceptar el acto de barbarie.

No creo que Carlos Celdrán haya pretendido un abordaje racial y mucho menos con intenciones de situar su obra en un debate en torno al racismo como al que estamos convocados hoy. Sin embargo, proyectado o no, en la puesta de Fíchenla si pueden, encontramos los prejuicios, los estereotipos y la discriminación racial presentes en la cotidianidad.

El teatro es siempre un reflejo de la sociedad, de la vida, por eso la problemática racial en Cuba, no le es ajena. Pero falta mucho por reflejar todavía.

Vladimir Peraza Daumont

Teatrólogo. Asesor del Departamento de Desarrollo Artístico del Consejo Nacional de las Artes Escénicas de Cuba y su representante en la Plataforma Iberoamericana de Danza. Es miembro de la Sección de Crítica e Investigaciones Escénicas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Habitualmente publica ensayos y artículos de crítica especializada en diversos medios y soportes. Columnista de la Revista Cultural La Jiribilla.