En Céspedes, la grandeza de la palabra Patria
Profundo sentimiento de gratitud late en los cubanos cuando se evoca la vida y la obra de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, de quien conmemoramos ahora el aniversario 150 de su caída heroica, convencidos de que sus actos y su pensamiento custodian lo que somos.
Aquel hombre que acogió la muerte siendo palma erguida, piedra sagrada, sal de la nacionalidad cubana empeñada en una pelea por ser ya idéntica a sí misma, rodaba por el barranco de San Lorenzo empujado por la fusilería española y aun siendo calumniado, aislado, abandonado, no traicionó su posición, su significado y trascendencia patriótica.
Porque tempranamente ya tenía el instinto de ser líder cuando crea, organiza, consolida esfuerzos, lima asperezas, dispone y se hace obedecer. Es el eje y está convencido de ello. “Cree que su pueblo va en él, y como ha sido el primero en obrar, se ve con derechos propios y personales, como derechos de padre, sobre su obra”, según nos define José Martí.
Más bien era pequeño de estatura, con los ojos centellantes y el ademán sereno, pero su talla real era de gigante, creía en lo que hacía y, cuando los demás vacilaron, fue capaz de contagiarles su fe. Por encima de todo se elevaba su aspiración suprema de la unidad para la victoria.
Céspedes fue hijo y vivo exponente de un pueblo que se encontraba entonces en plena ebullición. Los grandes señores no querían aceptar el final de la esclavitud. El regionalismo crecía, comenzaba a germinar el caudillismo. Algunos jóvenes, embriagados por las más puras concepciones republicanas, honestos pero inexpertos en cuanto a política, aspiraban a instaurar de inmediato mecanismos propios de una república constituida, sin haber hecho siquiera la guerra.
Muy fecunda fue la existencia de este excepcional patriota por su sólida cultura, innegable audacia y pasión sagrada a la causa de la libertad, de ahí que siempre se le dediquen palabras enaltecedoras, también como poeta, compositor, elocuente orador, secretario de la Sociedad Filarmónica, periodista, prologuista de libros, traductor de obras al inglés y francés; de bailar magnífico y cantar enamorado en las rejas de las bellas muchachas de su Bayamo.
Todo ello sin olvidar sus encarcelamientos, los destierros,¡el 10 de Octubre!, el desastre inicial y la viril respuesta: “¡Aún quedamos doce hombres; bastan para hacer la independencia de Cuba!”, la toma y quema de Bayamo, el himno de Perucho, el sacrificio de su hijo Oscar, el otro hijo fallecido por hambre en la manigua, el exilio, la familia, los dos mellizos que le nacieron sin que llegara a conocerlos…
Aunque su cadáver, rescatado por manos amigas en una tumba común entonces, reposa junto a los grandes de la Patria en el cementerio de Santa Ifigenia, en realidad él no está allí, no ha muerto, porque sigue guiando, aconsejando, fortaleciendo el gran valor cubano, con su honor y patriotismo.
De Carlos Manuel de Céspedes debemos resaltar siempre la solidez moral, su vida y obra como expresión también de la cultura y virtud revolucionarias, la lealtad a los principios y su fe inquebrantable en Cuba, que nos inspiran y movilizan cada día.