Recordando a Héctor Zumbado

Recordando a Héctor Zumbado
Foto: Artes Escénicas.

La muerte debe haber cogido desprevenido, o dormido, a Héctor Zumbado, pues si hubiera estado alerta en el momento de su llegada, la habría desarmado con una de sus ocurrencias.

El 6 de junio de 2016 dio su paso hacia la eternidad el humorista a quienes, los que ya peinamos canas, recordamos por sus chispeantes columnas Limonada y Riflexiones, que aparecían cada domingo en el periódico Juventud Rebelde, o de ver repetido, cada semana, su nombre en las páginas humorísticas de la revista Bohemia.

Por mucho tiempo pensé que su apellido era inventado para provocar un poco más de risa al leer sus escritos, luego me enteré de que era real y, al revisar su biografía, lo confirmé. De todas formas es más que una coincidencia entre apellido y profesión.

Tampoco sabía que había desempeñado tantas profesiones diferentes antes de hacerse definitivamente a la mar a bordo del bajel periodístico y literario.

Nacido el 19 de marzo de 1932, estudió hasta el segundo año del bachillerato en el colegio Baldor, de la calle 15 esquina G, en El Vedado.

En 1948 viajó a los Estados Unidos donde concluyó esa enseñanza y en 1950 se fue a Venezuela, donde trabajó como traductor de cartas comerciales durante dos años.

Más tarde se desempeñó como ayudante de auditor en Haití hasta el año 1953 en que regresó a La Habana, donde se ocupó como secretario y empleado de una agencia de seguros.

En la capital cubana fue acogido en el seno del Directorio Revolucionario mientras estudiaba en la Universidad, donde llegó al segundo año de periodismo en 1954.

Al triunfar la Revolución, en enero de 1959, Zumbado, laboraba como redactor de textos para agencias publicitarias, labor que realizó entre 1956 y 1961. A partir de ese año fue jefe de publicidad del Instituto Nacional de la Industria Turística (Init) e investigador de mercado de la Industria Alimentaria hasta 1968.

Su primer cuento publicado fue en 1963 en la revista Bohemia. Desde ese momento colaboró con la decana de las publicaciones impresas en Cuba, además de las revistas Revolución y Cultura y La Gaceta de Cuba.

Sin embargo no se convirtió en profesional de las letras hasta que comenzó  escribir para el diario Juventud Rebelde en 1968.

También fue segundo jefe de la sección de Prensa Latina que atendía el área geográfica de Estados Unidos y Canadá y jefe editorial de la revista turística Son y Sol.

Más tarde fue jefe de redacción de la revista Cuba y del boletín La Hiena Triste, editado por la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).

Además dirigió la página humorística de Bohemia, colaboró durante algún tiempo con la emisora Radio Rebelde y escribió en la revista Opina, órgano del Instituto de la Demanda Interna que funcionó durante algunos años en Cuba.

Sus textos trascendieron las fronteras cubanas para aparecer publicados en Chile, Uruguay, República Dominicana, Argelia, India, Noruega y la República Democrática Alemana (RDA), entre otros países.

Su testimonio Compañía, atención mereció mención en el concurso 26 de Julio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) del año 1975.

La actividad literaria de Héctor Zumbado lo llevó a ejercer como jurado en los concursos Marcos Behemaras y el de humorismo literario de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec).

Considerado el cultivador más auténtico de la sátira social cubana después de 1959, fue acreedor de la medalla Raúl Gómez García, que se otorga a solicitud del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura, y recibió en el año 2000 el Premio Nacional de Humorismo en su primera edición.

Sus columnas de humor costumbrista y sátira social Limonada y Riflexiones fueron compiladas por Zumbado en sendos libros identificados con iguales títulos.

Aunque desde hacía tiempo su nombre y su sonoro apellido no se escuchaban ni se veían impresos en las páginas de publicación alguna, a causa de un accidente cerebro-vascular, el deceso de Héctor Zumbado produjo algo así como un agujero negro en el humorismo cubano y un regusto amargo y dulce a la vez a quienes tuvimos la oportunidad de gozar de sus ocurrencias que, parodiando a José Martí, eran como azotes dados con un látigo que poseyera cascabeles en la punta.

Gilberto González García