Firmeza y heroísmo en dos cubanas extraordinarias

Firmeza y heroísmo en dos cubanas extraordinarias

Clodomira Acosta Ferrals cuando era una niña que no tuvo escuelas, no pudo aprender a leer y a escribir. Su infancia y adolescencia fueron de duro trabajo; sufrió de las penalidades y miseria a que eran sometidos los campesinos cubanos antes del triunfo revolucionario del Primero de Enero de 1959.

Poseía una de las inteligencias naturales fuera de lo común. Ya en la juventud, escogió el camino que abriría las posibilidades de saber para todos, incorporada a la guerra revolucionaria, y decidió andar con un libro, un lápiz y una libreta, absorbida por las misiones guerrilleras, porque afirmaba que ya tendría tiempo de aprender.

A los 20 años, en septiembre de 1957, se unió a las fuerzas rebeldes y pasó a la Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata, bajo las órdenes del Comandante en Jefe Fidel Castro, que le encomendó trabajos de gran responsabilidad. En febrero de 1958 fue enviada a establecer contacto con grupos revolucionarios alzados en El Escambray; en marzo, cumplido este cometido, regresó a la Sierra. A finales de ese mismo mes, Fidel necesitó hacer llegar a La Habana el manifiesto que circuló cuando la huelga del 9 de abril, lo cual era difícil dadas las circunstancias existentes en aquel momento, y le confió la tarea a Clodomira. En el cumplimiento de la misma ella demostró una vez más la preparación y cualidades que la caracterizaban.

Numerosas misiones heroicas asumió, trasladando importantes mensajes y documentos, medicinas y balas desde la Sierra a las ciudades y pueblos intrincados, y a La Habana o a la inversa. A principios de 1958 viajó a la capital por órdenes de Fidel.

A diferencia de Clodomira, en el año 1957 Lidia Doce Sánchez era ya una mujer en plena madurez. Aquel año se había trasladado para un pueblecito en las estribaciones de la Sierra Maestra y en el mes de septiembre se unió a la tropa del comandante Ernesto Che Guevara.

A partir de ese momento realizó riesgosas tareas como mensajera y enlace. Era enérgica, temeraria y alegre, sentía un gran cariño y admiración por Fidel, al que llamaba El Gigante, y en especial por el Che. Su lealtad y coraje, su disposición y entrega total a la lucha, no tardaron en ganarle muy pronto la estimación y el respeto del jefe guerrillero.

Tres meses antes de triunfar la gloriosa Revolución por la que tanta sangre se había derramado, las dos combatientes, fruto de una delación, fueron hechas prisioneras en horas de la madrugada del día 11 de septiembre por efectivos de la policía, encabezados por los sanguinarios coroneles Esteban Ventura y Conrado Carratalá, y torturadas durante varios días, sin que hablaran.

Ya moribundas, el día 15 fueron introducidas en sacos llenos de piedras que subieron a una lancha y en mar afuera, aproximadamente a una milla de distancia de la desembocadura del río Almendares, las hundieron en el agua varias veces, hasta que, al no obtener tampoco resultado alguno, en la madrugada del día 17 de septiembre las dejaron caer al fondo del mar.

Cuentan quienes las conocieron que para Clodomira y Lidia no había dificultad o peligro que les impidiera el cumplimiento del deber. Eran muy audaces a la hora de la comunicación entre los guerrilleros de las montañas y los combatientes clandestinos de la ciudad. De ellas se conservan en la memoria del pueblo muchas anécdotas, sobre todo de la pasmosa serenidad con que solían sortear -y vencer- los cercos y ardides del enemigo.

Nunca hablaron ni delataron a sus compañeros de lucha. Con ellas murieron muchos valiosos datos e informaciones sobre la guerrilla en la Sierra Maestra, sobre el Comandante Fidel Castro, sobre los planes de la clandestinidad y sus combatientes.

Los restos de las destacadas combatientes rebeldes Lidia Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrals nunca fueron encontrados. Yacen desde hace 65 años en las profundidades de las aguas cubanas, adonde las destinaron los esbirros batistianos que cegaron sus vidas, luego de torturarlas salvajemente.

Lidia y Clodomira fueron dos mujeres excepcionales que surgieron del corazón del pueblo y a él consagraron lo más puro de sus energías y sentimientos, lo más valioso de su capacidad para la acción. Los cubanos las sienten presentes en sus batallas cotidianas, por ser ejemplo de combatientes de indoblegable actitud y espíritu de resistencia.

Ana Rosa Perdomo Sangermés