Haydée Santamaría y el desafío a las convenciones

No fue sencilla la travesía de Haydée antes, durante y después del Moncada: el asesinato de su novio y de Abel, el seguimiento y cuidado de los combatientes en el presidio, la preparación de la lucha clandestina y su participación en ella, el trabajo en la Sierra Maestra, el triunfo de la Revolución, su vocación a la vida cultural, Casa de las Américas, Cuba. Cuando el 28 de julio de 1980 Yeyé decidió truncar su existencia, el dolor y la resignación embargaron a sus hijos, amigos y familiares. Quien tanto hizo desde joven conservaba en sí, aun en esa despedida anticipada, una impronta marcada por el interés de sumar desde la comprensión y la gentileza.
“Corazón y mente se hicieron sensibilidad y perspicacia en el alma de Haydée Santamaría. El horno del Moncada, de los riesgos de la Sierra y la clandestinidad forjaron la voluntad irrenunciable de luchar por ideales y el tacto y el conocimiento de la naturaleza humana con los vaivenes y contradicciones ocultas tras las apariencias”, afirmó Graciela Pogolotti.
Como un mundo, una actitud, una sensibilidad y también una Revolución la describió Mario Benedetti. Quienes tuvieron la oportunidad de estar a su lado, bien desde lo personal o el ámbito laboral, atestiguan el ser extraordinario que fue Haydée. Por ello, cada aniversario de su partida física representa una oportunidad más para ver quién fue en sus 57 años, y no solo en sus segundos finales.
Sobre la idealización de la Revolución, comentó Santamaría: “Muchos encontrarán tal vez que no es todo lo bello que ellos pensaban. Pero eso les ayudará también, para que sepan lo que cuesta hacer una revolución. Yo les sugiero que vean todo. Que no les enseñen solamente nuestro Museo de Alfabetización, que les enseñen todo lo que nos falta por hacer”.
En el prontuario de su carrera tal vez su mayor contribución sea el desafío de los esquemas. Como observó Pogolotti: “(…) aunque lo suyo no fuera el debate teórico, comprendió en la práctica que, una vez derribadas las estructuras del antiguo régimen, la prioridad se encontraba en la transformación de los transformadores. Intransigente en los principios percibió con nitidez que la tarea de juntar hombres se basaba en la confianza mutua, en la capacidad de escuchar y entender para actuar de manera consecuente en cada caso. Muchos de los testimoniantes que ahora la evocan, acudieron a ella en momentos difíciles de acoso o marginación. Los fundadores de la Nueva Trova y el entonces joven desconocido Eusebio Leal recibieron en el momento debido su decisivo y útil respaldo”.
Desde esa trinchera Haydée tejió en Casa de las Américas una red de colaboraciones con la fuerza necesaria para convertir esa institución cultural en un referente de Cuba en Latinoamérica y otras regiones del mundo. La Casa era un hecho, un hogar, una sede común para los pueblos oprimidos, un bastión contra el imperialismo, pero también un paraguas contra la estigmatización y la estrechez de mentalidades. En palabras del documentalista y director de cine Manuel Herrera:
“De la importancia de Haydée para la cultura cubana pueden escribirse libros. Bajo su dirección la Casa de Las Américas logró darle cohesión a un movimiento literario de dimensión continental que contribuyó decididamente al boom de la literatura latinoamericana y cubana experimentado en la década de los años 60 al 80. Muchas de las grandes figuras de las letras latinoamericanas estuvieron cercanas a la Casa de las Américas. Desde la Casa se alentaron los movimientos de la plástica continental, pese al recelo de las dictaduras del plan Cóndor y, si eso no fuera suficiente, a ella se le debe el aliento a la Nueva Trova y a las grandes figuras de la Canción Protesta que influyó desde el interior de Cuba a todo el continente, llevando un soplo de libertad a pueblos masacrados por tiranías. Además, fueron La Casa de las Américas, el Ballet Nacional y el Icaic las grandes trincheras desde donde se combatió el dogmatismo que llegó a amenazar seriamente a la cultura cubana. La presencia de Haydée en la cultura cubana es de indudable importancia”.
La poeta y activista estadounidense Margaret Randall en Haydée Santamaría. Cuban Revolutionary denotó cómo ella lideró mediante la transgresión, siguiendo su propio sentido de justicia exquisitamente desarrollado, ajena a quienes tuvo que desafiar, las reglas que rompió o las formas en las cuales distanciarse de las líneas oficiales. Ese cometido, apunta Randall, no fue elaborado por el solo hecho de rebelarse pues sabía escoger sus batallas.
“(…) fue básicamente una mujer de su tiempo, moldeada por la historia y la cultura de Cuba tal como se filtraba a través de la clase, la raza y el género a mediados del siglo XX. También fue una mujer que desafió su época. Buscó la justicia de maneras que sirvieron de ejemplo para muchos y de prueba de su locura para algunos, dependiendo de la amplitud de miras y de la brújula moral de cada quien. Personas de todos los ámbitos de la vida se sintieron atraídos por ella, especialmente aquellos que favorecían la autenticidad por encima de la pretensión social. Quienes la amaban tendían a ser los grandes espíritus creativos y otros que rechazaban la pretensión o las formalidades innecesarias. Los tímidos apologistas de la hipocresía social, los que defendían la política imperialista, oportunistas y arribistas se sentían incómodos en su presencia, temiendo la implacabilidad de su verdad”.