Ibrahim Ferrer. Una reivindicación necesaria

20 de febrero de 1927. Ibrahim Ferrer llega al mundo, como él mismo dijo en varias entrevistas, en un baile al cual asistió su madre. Infancia trabajada en base al esfuerzo, pierde a sus progenitores desde bien temprano, con apenas doce años. La ruleta del destino no tenía prestidigitación por las causas nobles en su vida, sino en la entrega y el sacrificio cotidiano, azaroso por momentos, pero sin un ápice de miseria en la humilde existencia de este ser humano.
De pequeño aprendió la guitarra y el piano, y laboró en algunas agrupaciones nacidas al calor del ambiente musical en Santiago de Cuba. De esa raíz quedarían en Ibrahim las sonoridades claves de la música cubana y los elementos de esa época, los cuales desarrolló al calor de su trayectoria artística.
Poco tiempo después de su arribo a La Habana integró varios conjuntos, entre ellos estuvo el del Bárbaro del Ritmo, al cual recuerda con particular aprecio: “Trabajé con Benny Moré a fines de los Ꞌ50. Fue una experiencia muy buena, la orquesta en la que mejor estuve. Haciendo el coro me sentía como si fuera un cantante principal por el trato del Benny, quien era una gran persona (…) Magnífico en todos los sentidos. Se interesaba por ti, miraba tu trabajo, no te explotaba, sobre todo”.
Tras ello laboró en la agrupación creada por Pancho Alonso y Enrique Bonne, Los Bocucos, en el cual estuvo durante varios años tras el triunfo de la Revolución y realizó viajes por Europa.
“Me retiré en el ʼ91, decía que no quería seguir más, porque ya con 70 años qué voy a estar luchando por cantar un bolero, si me están diciendo que mi voz no sirve para eso (…) Así fui aguantando hasta que por fin opté por jubilarme, y dije no quiero saber más nada de la música. Me dediqué a vivir de mi pensión y de lo que hacía: limpiaba un poco de zapatos, porque con nadie quise cantar. Me buscaron muchos a mi casa (…) me fueron a ver y yo dije que no. De verdad que estaba muy decepcionado, chico. No quería saber de la música”.
El sabor del retiro de Ibrahim aguardaba un giro inesperado cuando surge el Buena Vista Social Club. Su director, Juan Marcos González, apoyado por el productor discográfico británico Nick Gold, ejecutivo de World Circuit y Ry Cooder, productor y guitarrista estadounidense, fue en su búsqueda para la cristalización de un proyecto archiconocido al día de hoy, pero que en ese momento disputaba las potencialidades de un capital en bruto frente a la desmemoria y las irrealidades de la cotidianidad.
Impulsado por Marcos, Ferrer graba A toda Cuba le gusta con el Afro Cuban All Stars y luego participa en el CD Buena Vista Social Club junto a un conjunto representativo de la música tradicional cubana en el cual estuvieron Compay Segundo, Barbarito Torres, Eliades Ochoa, Rubén González, Guajiro Mirabal y Omara Portuondo. En ese conjunto interpretó seis temas y participó en el coro de ocho. El disco obtuvo un Grammy Latino. En el 2004 Ferrer obtendría por segunda ocasión ese reconocimiento con el CD Buenos hermanos, realizado junto a Omara.
Tras el éxito inicial, en 1999 vio la luz el álbum de estudio Buena Vista Social Club Presents Ibrahim Ferrer. Sobre él comentó el crítico Jun Lusk: “El nuevo álbum se presenta como un balance perfecto entre continuidad e innovación. Todavía conserva esa sutil vibra acústica de los viejos tiempos, pero también hay sorpresas agradables (…) Ferrer ha anhelado hacer más boleros en su carrera, y su deseo finalmente ha sido cumplido en esta ocasión en abundancia. Predominan los tempos lentos, aunque también hay ejemplos maravillosos de guaguancó, son y guajira. La elección de los compositores refleja su historia personal como el hombre pequeño en el fondo que finalmente pudo hacer el álbum de éxito que siempre quiso”.
En sus últimos siete años de vida, Ibrahim cosechó los frutos de su arduo esfuerzo. En ese tiempo grabó 5 discos como solista, fue invitado en otras 16 producciones y visitó reconocidos escenarios de Europa y los Estados Unidos.
Queda la pregunta sobre qué hubiera sido de él si tal éxito hubiera llegado antes. La realidad es unívoca en ese sentido. La personalidad de Ferrer, no obstante, invita a pensar en alternativas ceñidas por la calidad humana y artística de un hombre humilde y encantador, de un defensor del son y el bolero que enriqueció a quienes lo escucharon.
Como expresó su único hijo varón rememorando la etapa previa al Buena Vista:
“Creo que era demasiado sencillo. Era un hombre que se daba a querer por todo el mundo (…) A veces se le hacía tarde por llegar a los lugares porque [en] cada cuadra o cada esquina lo llamaban, se ponía a conversar, no importaba quien fuera. Entonces era muy cariñoso, realmente muy cariñoso, muy dado también a la gente”.
Así lo recordamos en el aniversario de su natalicio.