Ignacio Cervantes y el empeño por Cuba

Ignacio Cervantes y el empeño por Cuba

El 31 de julio de 1847 nació Ignacio Cervantes Kawanagh. Su trayectoria, aupada por el talento y el prodigio desarrollado con su formación, lo convirtieron en uno de los más notables compositores del siglo XIX en Cuba, y en uno de los pedagogos más ilustres en el campo musical del mayor archipiélago de las Antillas.

Formado en sus inicios con su padre, y figuras como el pianista Juan Miguel Joval y los compositores Nicolás Ruiz Espadero y Luis Moreau Gottschalk, Cervantes estudió en el Conservatorio Imperial de París entre 1866 y 1870, donde estuvo aupado por Charles-Valentin Alkan y Antoine François Marmontel.

En el primer año en esa institución demostró sus dotes interpretativas al alzarse con el Gran Premio de Piano y en 1868 obtuvo el Primer Premio de Armonía en dicho conservatorio. Por Europa distinguió no pocos reconocimientos, entre conciertos, presentaciones y funciones junto a distinguidos intérpretes y cantantes. Su talento innato le valió la admiración de compositores como Gioacchino Rossini, Franz Liszt y Charles Gounod.

Cuando regresa a Cuba en 1870 es recibido con admiración por sus congéneres. Ofrece conciertos y se dedica al magisterio. En 1875 es expulsado junto al violinista José White por recaudar fondos en sus presentaciones para la lucha por la independencia, la cual continuó apoyando desde Estados Unidos y México. En 1879 retorna a la Isla y prosigue sus funciones y clases. Del período es la serie de Danzas Cubanas para piano, en la cual materializa el nacionalismo inscrito en sus producciones, que también incluyeron obras sinfónicas y de cámara, piezas para canto y piano y zarzuelas.

Para el musicólogo Orlando Martínez: “La danza cubana para piano adquiere una categoría propia, inmutable, y desaparece la denominación de contradanza en nuestra literatura musical pianística (…) Las Danzas cubanas de Cervantes pertenecen al patrimonio de la nación, y nos sirven a todos de afianzamiento si alguna vez los azares de la vida o los vaivenes de la cultura comprometen nuestra dignidad nacional”.

Interiorizando la pertenencia de su trabajo, en Cervantes la presencia de Cuba viene de forma natural, como interpretación y reflejo de su entorno en un acto de conciencia donde la idiosincrasia y la materialización del sentimiento nacionalista se complementaron en sus creaciones para debelar un sentido de pertenencia que marcó sendos caminos en el campo insurrecto de la manigua y en la historia de la música cubana.

No están en él los estereotipos de pulcritud estilizada y distante. La cercanía de su estilo, para varios estudiosos, ensalzó en un mismo conjunto el romanticismo y los estilos clásicos en una interpretación a menudo descrita como elegante, enérgica, suave, limpia, poderosa y rápida. Al respecto, en la Revista Cubana se afirmó que: “Cervantes no es el pianista insípido y frío que hace notas como quien hace calcetas. Cervantes no es el pianista insensible cuya monótona ejecución convida al sueño, no (…) es el pianista fogoso que habla elocuentemente con su instrumento, que entusiasma, que arrebata, que electriza”.

Para Carpentier, él trabajaba con ideas propias. En La Música en Cuba, el escritor cubano afirmó que el compositor se planteaba la cuestión del acento nacional como problema que sólo podía resolver la sensibilidad peculiar del músico: “Su cubanidad era interior. No se debía a una estilización de lo recibido (…) Fue, pues, uno de los primeros músicos de América en ver el nacionalismo como resultante de la idiosincrasia (…) De ahí que (…) pueda ser considerado como un extraordinario precursor…”.

Lázaro Hernández Rey