Isabel Santos y el epítome de la sensibilidad humana
La actuación no fue ajena a Isabel Santos durante los primeros momentos de su vida. Por ello los sueños de la infancia sirvieron de cobijo a una entrega sin par en las manos de quien, con toda justeza, pasaría a ser una actriz imprescindible en el cine cubano.
Allende estereotipos y formulaciones clásicas, las interpretaciones de Isabel desbordan la cotidianidad de lo que podría considerarse como bueno hacia otro escalón de mayor altura. En él su talento y versatilidad engalanan los personajes para llevarlos a ese espacio de la mente que resiste el olvido y la indiferencia, en especial cuando están acompañados de una sensibilidad tan especial como la suya.
Hay quienes dicen que crece ante cualquier personaje. Tal vez los propios personajes, por defecto, crecen con ella. Quizá la extensión de una vida no alcance para remontar la fuerza, la maestría y el dominio que Santos impregnó a sus interpretaciones, pues mientras el prestigio y los ecos de conformismo rondaron su puerta, ella los apartó, incólume, para darle vida a las obras en las más variadas situaciones.
No vale el talento sin práctica, y de ello, del matiz profesional y entregado, de la disciplina, el rigor en el estudio y la preparación de las escenas Isabel constituye un ejemplo, un adalid en la actuación, complejo, vivaz y honesto consigo mismo y con el público. En la retahíla de sus mejores momentos hay una variedad sorprendente para escoger. El redactor de este trabajo se queda con Guantanamera y La vida es silvar, pero el matiz preferencial de las subjetividades difícilmente hierra cuando se trata de encapsular un momento de esta actriz, y eso no es sencillo de lograr.
No sobran los saludos y alabanzas. No resultan vacíos los elogios ni los buenos deseos en este día cuando celebramos un aniversario más del paso de Isabel Santos por el mundo. ¡Muchas felicidades, y mucha salud!