José Martí presente siempre en la obra grande

José Martí presente siempre en la obra grande

La imagen de José Martí -el revolucionario que dijo e hizo para ayer y para hoy- es como esos árboles gigantes que mientras más tiempo pasa sobre ellos, más afianzan sus raíces y crecen. Una vez, sin intenciones proféticas personales, escribió: «Mi verso crecerá. Bajo la yerba, yo también creceré…»

La frase poética iba a ser una realidad histórica. Martí echa raíces y sin descanso crece -no bajo la hierba, sino sobre la tierra- y crecerá cada vez con mayor empeño en el corazón, en la unidad y el esfuerzo de todos los cubanos.

En ocasión de conmemorarse este 28 de enero el aniversario 170 de su natalicio, nada mejor que un acercamiento al Anecdotario Martiano, de Gonzalo de Quesada y Miranda, a través del cual se ofrece un retrato cercano, más bien íntimo, de la personalidad inolvidable de José Martí.

Es un texto valioso por sus apreciaciones y aspectos novedosos para muchos, aún cuando fue publicado en 1948, que atrapa en su lectura de principio a fin, y que, como señala su autor, tenía «como propósito fundamental ofrecer a los jóvenes cubanos un cuadro exacto y bien perfilado de la extraordinaria personalidad del gran revolucionario cubano».

Ante todo se resalta que Martí era un trabajador infatigable. Escribía diez o más cartas, varios manifiestos revolucionarios, artículos para el periódico Patria, correspondencias para diarios sudamericanos, versos, todo en un solo día. Y aún le quedaba tiempo para llevar a sus libros de apuntes alguna nota personal o curiosa.

Estaba consciente que tenía mucho por hacer. Dormía poco y con inquietud. En los días angustiosos en que preparaba la última guerra de independencia, pocas fueron sus horas de descanso.

Frágil de cuerpo, precario de salud y con una dolorosa herida inguinal, causada por la cadena de presidiario cuando apenas tenía 17 años de edad, herida que llevó con estoicismo desde la adolescencia hasta la muerte.

Los que conocieron, atestiguaron que se le veía siempre inquieto y nervioso, de rápido andar. Subía y bajaba las escaleras «como quien no tiene pulmones», porque quería andar tan a prisa como su pensamiento.

Era muy respetuoso de las opiniones de los demás, pero estaba convencido de sus doctrinas e ideales, defendiéndolos con calor y apasionamiento. Sabía responder a cuanto agravio directo o disfrazado se le hacía, aunque nunca se vanaglorió de su valor personal.

Su hablar era más bien suave, persuasivo. Sin embargo, en sus discursos revolucionarios su palabra llegaba a romper el aire «como tajo de machete».

Su frente alta y despejada dejaba entrever con el paso de los años cómo su pelo negro se iba clareando en las sienes. Su nariz recta reflejaba firmeza.

A 170 años de su nacimiento, no hay monumento más alto a su recuerdo ni flor más viva, que el homenaje que rinden cada día los cubanos con el fortalecimiento de su Revolución victoriosa, que ha hecho realidad sus más hondas aspiraciones y se inspira en su legado patriótico y latinoamericanista, y con su firmeza irrenunciable ante el mismo poderoso enemigo.

Con el paso de los años ha crecido Martí y con él todos, porque su amor por la Patria y por los hombres, su lucha por la libertad, sus ideas y acciones, y su ejemplo inagotable quedan como estímulo perdurable sin término previsible.

Ana Rosa Perdomo Sangermés