La extraordinaria hazaña del 30 de noviembre de 1956

El heroico alzamiento revolucionario del 30 de noviembre de 1956 – dirigido por el inolvidable Frank País – en el mismo escenario en que Fidel Castro inició el combate armado contra la tiranía batistiana el 26 de julio de 1953- fue el ataque rebelde que sumó a unos doscientos jóvenes, estudiantes y obreros, mal armados, pero bien organizados, a la batalla frontal y decisiva por la liberación de Cuba señalando, junto al desembarco del Granma, dos días después, el reinicio de la lucha que no se detendría hasta el triunfo definitivo del Primero de Enero de 1959.
Apenas amaneció el día escogido para la acción, desde los cuarteles clandestinos, los comandos revolucionarios, utilizando los medios disponibles e incluso a pie, marcharon a cumplir las misiones asignadas a cada destacamento.
Pepito Tey dirigió el ataque a la jefatura de la policía; Otto Parellada y su grupo se encargaron de estar en la retaguardia de ese edificio utilizando armas, botellas de gasolina que las lanzaban sobre los techos del viejo caserón. El primero en caer abatido por el plomo enemigo fue Tony Alomá. Enardecidos por la muerte del valioso compañero, el resto decidió avanzar.
Poco a poco los jóvenes uniformados, portando el brazalete del Movimiento 26 de Julio, se fueron apoderando de la ciudad santiaguera desde el alba y se llenó de humo, de fuego, de héroes…
Cuba había puesto en manos del glorioso Frank y sus combatientes clandestinos – como dijera el Comandante Ernesto Che Guevara – “la enorme responsabilidad de secundar la gesta de los expedicionarios del Granma”.
Pepito, Tony y Otto constituyen, sin dudas, el símbolo de los combatientes que ofrendaron su vida en la jornada heroica de aquel lunes 30 de noviembre, porque había llegado la hora de lanzarse a las calles y plazas, y de escalar montañas, para salvar el destino de Cuba.