La Habana, majestuosa ciudad que renace cada día

La Habana, majestuosa ciudad que renace cada día

Una Habana de ensueños recibe con placer a sus visitantes y, con cada clarinada, brinda sus “buenos días” a quienes desandan sus calles y sienten el orgullo de habitarla.

Muchos la añoran, la mantienen en su recuerdo, más allá de sus fronteras o límites territoriales, por esa sensibilidad amorosa que brota de cada una de sus calles y lugares más emblemáticos, por ese misterio que siempre la acompaña, ante la incertidumbre de poder descubrir en ella algo nuevo.

Acudir a su memoria histórica de los 503 años que ya atesora, es recordar la imagen virginal, casi primitiva, de entonces, cuando los lugareños decidieron asentarse en la parte norte, en los bordes de la bahía de aguas muy azules y limpias rodeada de árboles  maderables y frutales, después de emigrar del sur más habitado, buscando comercio y prosperidad.

Es indagar en los óleos que se conservan de aquella época los contornos de las carabelas y galeones que reposaban mansos en sus orillas, esperando zarpar para nuevas aventuras; los cueros del ganado, la raspadura de caña de azúcar, las olorosas hojas del tabaco que energizaban las economía colonial española.

¡Cuántos cabildos y caminos rústicos después se convirtieron en calles y comunidades, con sus edificios firmes y con sus iglesias! Y creció en el tiempo con la fortaleza de sus castillos, su legendario faro, su urbanidad, sus esculturas magistrales, sus inigualables columnas de la arquitectura ecléctica, que crecieron haciendo resistencia a los embates del clima, de la acción del mar y del tiempo para regalar hoy, a sus coterráneos, una ciudad espléndida que muestra sus variados estilos.

Y se considera majestuosa esta ciudad que renace cada día, porque es capaz de infundir admiración y respeto por su solemnidad, elegancia y grandeza. Allí también habitan, a buen resguardo, sus tradiciones, su vieja zona histórica, reconstruida y preservada con amor infinito por nuevas generaciones de artesanos y restauradores para no dejar morir esa memoria sublime de saber de dónde venimos; los nombres antiguos de sus calles, sus añejos adoquines, sus museos y monumentos inigualables, parques y avenidas.

Y como escondidas en la urbanidad, los restos de aquella necesaria muralla que se extendía a lo largo de casi cinco kilómetros y protegió a sus habitantes del azote de innumerables ataques de corsarios y piratas, que ponían en peligro la vida de los peninsulares y las riquezas que la corona española almacenaba en la villa.

La enorme herencia histórica y cultural, la colonial pero también la más moderna edificada desde el triunfo de la Revolución, muestra una manera de funcionar y un día a día diferente en esta ciudad, unido al carácter alegre y creativo de sus habitantes, lo que ya es una garantía suficiente.

Grandes historias pudieran contarse de las fortalezas de La Fuerza, La Punta, El Morro, La Cabaña y los torreones de Cojímar, La Chorrera y San Lázaro, que antes tuvieron otros nombres.

El Malecón es, sin dudas, el eje de comunicación entre La Habana antigua y la moderna, que resume los estilos y maneras con que la ciudad se asoma al mar. Es la imagen más conocida de la ciudad, por sus portales corridos, balcones, cornisas y balaustradas, que conforman un perfil singular.

Otros lugares emblemáticos sobrecogen por su belleza: el Capitolio, la Catedral, el Parque Central, el Paseo del Prado, el edifico Bacardí,  la belleza del Gran Teatro Alicia Alonso,  los museos de la Revolución y Bellas Artes, la Plaza de la Revolución con su monumento a José Martí, la Universidad de La Habana, el Hotel Nacional, la Necrópolis de Colón, Coppelia, el Barrio Chino, el Callejón de Hammel, la gustada Ceremonia del Cañonazo de las 9 de la noche, Tropicana, los mojitos de la Bodeguita del Medio, el daikiri en el Floridita, siguiendo los pasos de Ernest Hemingway en el hotel Ambos Mundos…

A esa Habana de mil amores, materiales y sentimentales, habrá que dedicar mucho del esfuerzo de todos por cuidarla y mantenerla, por hacerla relucir siempre frente a todos los embates, sobre todo aquellos que tienen que ver con el descuido y la falta de cultura ambiental, porque esta ciudad añosa que es esencia de la patria merece celebrar reluciente muchos centenarios.

Ana Rosa Perdomo Sangermés