La maestra cubana que desafió al monstruo colonialista

Nacida en la Cuba colonial, Rosario Sigarroa –conocida en los círculos independentistas como Constancia– emergió como figura clave en la lucha anticolonial desde un ámbito poco visible, pero profundamente transformador: la educación.
Su vocación como profesora la llevó a convertir cada aula en un «taller de redención nacional», donde inculcaba en sus alumnas el ideal de emancipación. En una época en que España reprimía ferozmente el independentismo, esta cubana entendió que la pedagogía era un acto político.
Su labor no se limitó a la enseñanza formal; colaboró activamente con la prensa clandestina, utilizando artículos y panfletos para robustecer el sentimiento patriótico entre cubanos de todas las clases sociales.
En 1895, al estallar la Guerra Necesaria organizada por José Martí, la patriota asumió un papel de alto riesgo: agente clandestina revolucionaria, operando en territorio controlado por España. Su trabajo en La Habana, región bajo férreo control colonial, implicaba coordinar comunicaciones entre el exilio y el campo insurrecto, transportar mensajes cifrados y recursos para el Ejército Libertador. El peligro se hizo manifiesto cuando Valeriano Weyler, capitán general español apodado «el carnicero», descubrió sus actividades. Weyler ordenó su expulsión de Cuba tras un «registro innoble» de sus pertenencias, aunque fracasó en hallar documentos comprometedores que Sigarroa ocultaba para el delegado del Partido Revolucionario Cubano en el exterior. Este episodio revela su astucia: burló al sistema de espionaje español diseñado para aniquilar la disidencia.
Deportada a Cayo Hueso (los Estados Unidos), la revolucionaria transformó el destierro en una plataforma de lucha. Allí, lejos de cruzarse de brazos, fundó y dirigió clubes patrióticos que funcionaban como células de resistencia para recaudar fondos, organizando veladas literarias y colectas destinadas a comprar armas, medicinas y uniformes para los mambises. Estas redes articulaban, además, el apoyo de tabaqueros y exiliados cubanos, canalizando recursos hacia la insurrección. Por otra parte, desarrolló un periodismo militante desde la Revista de Cayo Hueso, donde difundía las gestas libertadoras y denunciaba crímenes colonialistas.
Su liderazgo fue tan reconocido que, como escribió otro colaborador de la revista: «¿Quién no la conoce en el Cayo querido? ¿Quién no recuerda en la emigración sus inapreciables servicios?». El seudónimo Constancia no era casual: encarnaba el principio martiano de que la libertad se conquista con persistencia ética.
Esta insigne cubana personificó tres pilares del pensamiento del Apóstol: concibió la unidad antiimperialista al ver la independencia de Cuba como paso esencial para liberar a América Latina; defendió el desempeño protagónico de la mujer en la revolución, demostrando que la lucha no era exclusiva de hombres; y empleó la cultura como arma, utilizando educación y periodismo para descolonizar mentalidades, reflejando la idea martiana de que «ser cultos es el único modo de ser libres».
Tras la independencia mediatizada de 1898, Sigarroa anhelaba regresar a Cuba, no para descansar sobre laureles, sino para sumarse a las nobles luchas de la inteligencia. Como el Quijote que citaba su biógrafo, entendía que «su descanso era pelear» por ideales. Su vida resume el espíritu de miles de mujeres anónimas de la diáspora que tejieron redes de solidaridad con aguja y machete.
Hoy, la frase «Nuestras mujeres vehementes, apasionadas por el amor y por la gloria: ¡cuánto hicisteis por la redención de Cuba!», –que el Apóstol escribiera en una carta, desde República Dominicana, a Gonzalo de Quesada– sigue inspirando a nuestras abnegadas féminas. En el 2020, el Gobierno cubano la citó para exaltar a mujeres «anónimas y silenciosas» que desde el siglo XIX hasta el presente construyen la Patria. Rosario Sigarroa, cuya labor en el exilio refleja el espíritu de la cita, encarna ese legado.