La Parranda Típica Espirituana: pilar de la identidad cultural cubana

La historia de la Parranda Típica Espirituana, tejida entre sacrificio y pasión, sigue resonando como testimonio vivo de una identidad cultural que desafía al tiempo: la de un pueblo que se reconoce en cada nota del tres y en cada cuarteta que se resiste al olvido.
Fundada el 19 de julio de 1922 por los hermanos Armando, Pascual y Marcelino Sobrino Guerra –hijos de una humilde familia del barrio de Jesús María–, la agrupación nació durante las festividades del Santiago Espirituano. Originalmente compitieron bajo los nombres «Parranda Tiempos de antaño» y «Parranda Donde brilla lo cubano» antes de consolidar su identidad definitiva.
Estos músicos empíricos, cuyas vidas estuvieron marcadas por la pobreza extrema del período pseudorrepublicano, se ganaban la vida sacando arena del río o vendiendo pollos, pero encontraron en la música un vehículo de resistencia y orgullo comunitario.
Su legado descansa en la preservación del punto espirituano, una variante musical única en Cuba caracterizada por el punto fijo –en el que las décimas previamente aprendidas dependen del acompañamiento instrumental– y la interpretación a dúo, lo que la distingue de otras formas del punto cubano. El origen de este estilo se remontan al siglo XVIII, bebe directamente del punto “de esquina” o «borracho», práctica ancestral donde los cantadores improvisaban cuartetas de riposta en las esquineras de bares y comercios, acompañados solo por bandurrias.
Los Sobrino, con aguda sensibilidad, rescataron estas tonadas anónimas y las integraron a su repertorio, otorgándoles nueva vida y popularidad. Su sonido se define rítmicamente por el tres afinado en las notas mi, si y fa sostenido, lo que crea un timbre brillante e inconfundible que requiere un oído especial para su ejecución.
A lo largo de su historia, la Parranda ha sido testigo y protagonista de las transformaciones sociales de la región. Durante el movimiento del «guajirismo» en las primeras décadas del siglo XX –que buscaba exaltar lo campesino como esencia «limpia» de la cubanía, minimizando las raíces africanas–, la agrupación participó en escenificaciones de la vida rural durante el Santiago Espirituano, construyendo bohíos con matas de plátano y muñecos de trapo para simular ambientes campesinos. Pese a este contexto, su repertorio mantuvo un carácter contestatario, incorporando tonadas con críticas políticas salpicadas de humor e ironía, renovadas en cada época sin perder su esencia.
Tras la Revolución, la Parranda recibió reconocimiento institucional: sus miembros comenzaron a recibir salarios y ampliaron sus presentaciones a escuelas, museos y peñas campesinas. La dirección pasó luego a manos de los hermanos Orlando y Julio Toledo, quienes inyectaron disciplina y rescataron grabaciones históricas, asegurando la transmisión del legado. Figuras como el tresero Roberto Concepción y el longevo Arístides Gutiérrez, quien se negó a retirarse pese a su edad, encarnan la dedicación inquebrantable de sus integrantes. Incluso en sus últimos días, Marcelino Sobrino, postrado en su cama, seguía entonando los estribillos que mil veces había cantado ante el público.
Este 19 de julio, al celebrar su aniversario 103, la Parranda Típica Espirituana enfrenta desafíos contemporáneos impuestos por el comercialismo en la música, las tendencias al facilismo en las creaciones musicales y la degradación cultural provocada por la globalización. No obstante, persisten en ensayos semanales en la Casa de la Trova Miguel Companioni, fieles a un repertorio que entrelaza composiciones centenarias con creaciones recientes, como las décimas que Julio Toledo dedicó a la pandemia de la Covid-19.