Los corceles en la historia
Algunos corceles han pasado a la historia conjuntamente con sus jinetes y gracias a la fama de éstos.
No hablamos de caballos que resaltaron por su velocidad en los hipódromos, ni por su porte o belleza, sino de aquellos que afrontaron fatigosas campañas militares o porque han tenido una vida fuera de lo común.
También hay algunos que han trascendido desde la fantasía y la ficción, hasta llegar a ser muy conocidos.
Entre los primeros no puede obviarse a Incitatus (Impetuoso), al que, en su malévola locura, el emperador Calígula nombró cónsul de Roma. Cuentan los cronistas que llegó a tener toda una villa para él solo, ser atendido por 18 sirvientes y dormir arropado con mantas color púrpura, el tinte más caro de la época, privativo para los más adinerados.
Othar es otro cuadrúpedo famoso, del que se dice que donde pisaba no volvía a crecer la yerba, fama que, lo más probable es que surgiera por haber cargado sobre su lomo a Atila, rey de los hunos, un hombre reconocido por su ferocidad. Othar provenía de una raza de equinos salvajes que hoy está extinta.
Otra cabalgadura conocida por haber llevado a la batalla a un jinete célebre es Bucéfalo, perteneciente a Alejandro Magno, quien fue monarca del antiguo reino griego de Macedonia y uno de los más reconocidos conquistadores de la antigüedad.
En la América Latina se recuerda a Palomo, un hermoso animal blanco que perteneció a Simón Bolívar. Se cuenta que al llegar El Libertador a Santa Rosa de Viterbo (hoy Boyacá, Colombia), lo hizo a lomos de un jamelgo viejo y agotado. Necesitado de uno mejor para proseguir su viaje, Palomo le fue obsequiado por Casilda Zafra, una campesina de la zona.
En México se recuerda a Siete Leguas, la yegua de Pancho Villa, héroe revolucionario de la nación azteca. A esta jaca se le menciona en uno de los corridos más significativos de la revolución mexicana: “Siete Leguas, el caballo que Villa más estimaba. Cuando oía silbar los trenes, se paraba y relinchaba”.
En Cuba tenemos a Baconao, también blanco y hermoso, de crin rubia, grande y brioso, que perteneció a José Martí. Fue un regalo del mayor general José Maceo.
El 19 de mayo de 1895, en el combate de Dos Ríos, donde murió el Héroe Nacional cubano, el animal también resultó herido, pero logró sobrevivir y terminó sus días suelto en una estancia por orden del generalísimo Máximo Gómez.
De Gómez era Cinco, nombre curioso para un caballo, que se justifica por haber sido el quinto que tuvo que usar en poco tiempo, pues los cuatro anteriores resultaron muertos en los combates. De hecho, dos en una misma escaramuza.
El Generalísimo era afortunado, pues solo fue herido dos veces durante toda la guerra, pero sus cabalgaduras no tuvieron la misma suerte.
Antonio Maceo montaba a Martinete, al que el Titán de Bronce nombró así en alusión a Arsenio Martínez Campos, pues según decía, al jefe militar, como a su caballo, se le montaba encima en la batalla.
Entre los caballos nacidos de la ficción, el que tenemos más cerca es ¡por supuesto! Palmiche, simpático e inteligente, aunque algo despistado. Es el inseparable compañero de aventuras de Elpidio Valdés, el insigne mambí de las historietas y dibujos animados cubanos.
De España nos llega Rocinante, el jamelgo flaco que montaba el no menos enjuto y desgarbado hidalgo Don Quijote de la Mancha. Si bien el rocín no es un personaje protagónico, el libro en el que aparece está considerado uno de los más conocidos, superado solamente por la Biblia y la Odisea.
Negro, lustroso y brioso, y muy inteligente es Tornado, el corcel de El Zorro, un personaje que nació de la literatura en 1919 de la mano del escritor Johnston McCulley, pero que ha saltado a las historietas, el cine, la televisión y hasta a un álbum de “postalitas”. Y hay que decir que, aunque Tornado es un personaje de ficción, sí existió Diamond Decorator, el caballo que lo encarnó en el cine, famoso por descender de una dinastía de campeones.
Entre la ficción y la realidad se encuentra Babieca, la yegua que montaba Rodrigo Díaz de Vivar “El Cid Campeador”. Decimos que se mueve entre la ficción y la realidad, pues Díaz de Vivar es un personaje real, pero Babieca nace con el clásico de la literatura El cantar del Mío Cid, y antes de eso solo hay referencia de que montaba un caballo comprado por mil dinares en el norte de África.
En la mitología griega es muy conocido Pegaso, el caballo alado de Zeus. Fue el primero que llegó a estar entre los dioses, cuando el rey de ellos lo llevó al Olimpo y mandó construir para él un establo junto la bodega donde guardaba los rayos.
Y, aunque no es de carne y huesos, sino de madera, no puede dejar de mencionarse al caballo de Troya, gracias al cual fue conquistada esa ciudad amurallada que había resistido un asedio de 10 años.