Los niños, el bien más preciado
Los niños llegan a la vida en tamaños, pesos y colores surtidos. Se les encuentra en cualquier lugar trepando árboles y obstáculos, colgados en sus travesuras, corriendo, saltando.
Ellos son la verdad con la cara sucia, la sabiduría, con el pelo desgreñado, la esperanza del futuro con una rana en el bolsillo. Por lo general, tienen un apetito voraz, la digestión muy rápida, la curiosidad de un gato, los pulmones de un buzo de profundas inmersiones, la imaginación de Julio Verne, la timidez de una flor, la audacia activada cada día y el entusiasmo para hacerlo todo.
Les encantan los dulces, los libros con láminas, el hijo del vecino, el campo, el agua, la playa, los animales, los fuegos artificiales, los carros de bomberos, los trenes. Pero les desagradan las visitas, los regaños, los peines, los libros sin láminas, las lecciones de música, el barbero o la peluquera, los abrigos, la hora de acostarse a dormir…
Nadie como ellos se levanta tan temprano y se duerme tan tarde. En sus bolsillos se puede encontrar de todo: una moneda, una fruta mordida, la basura de su sacapuntas, un trozo de cordel o de sustancia desconocida, una tapa de botella, una sorpresa para compartir.
Se sabe que son criaturas mágicas. Los padres pueden cerrarles la puerta donde guardan sus herramientas, pero no pueden cerrarles las puertas del corazón; pueden echarlos de su escritorio, pero no de su pensamiento. Todo el poderío de los padres se rinde ante ellos: porque son sus carceleros, sus jefes, sus amos.
Sienten, sin conocerlo, que tienen el presente y el futuro en sus manos. Los niños cubanos tienen el privilegio de aprender todo, en una sociedad que vela por su bienestar y desarrollo porque la Revolución ha hecho hasta lo imposible porque no les falte el acceso a la educación y la salud, a la recreación y al esparcimiento, a la libre expresión, a ser escuchados, a vivir en libertad, tener una familia y ser protegidos.
Estos infantes siempre ríen, sorprenden con su entusiasmo, inteligencia y sabiduría, que muchas veces trasciende la propia edad. Lo mismo se les ve también estudiar, realizar actividades de exploración, practicar deportes, adentrarse en el mundo de las nuevas tecnologías de la información, acceder a manifestaciones artísticas, soñar…
Por eso, y por muchas razones que los cubanos saben de manera consciente, el primer día de Junio, Día Internacional de la Infancia, no falta en cada rincón de Cuba la celebración, la risa, las actividades recreativas y culturales que llegan hasta las más apartadas comunidades; el canto al amor, la paz, la esperanza y al futuro por un mundo mejor para todos los niños del planeta.
En Cuba se celebró por primera vez el Día Internacional de la Infancia el primero de junio de 1963, hace ahora 60 años.
José Martí, el Apóstol de la independencia de Cuba, los llamó con mucha razón los “pequeños príncipes”, “los que saben querer”, “la esperanza del mundo”… Gozan de la seguridad de vivir en una sociedad libre, sin temores ni miedos, disfrutando de una realidad que nunca le será arrebatada, en un ambiente sano, con perspectivas de desarrollo, con una vida plena.
Son derechos alcanzados con la Revolución para su disfrute en todos los ámbitos de la vida social, que el Estado cubano ratifica cada año ante las convenciones internacionales que los defienden. En la Constitución de la República de Cuba, proclamada el 10 de abril de 2019, casi todos sus artículos de manera explícita e implícita refrendan todos sus deberes y derechos, así como la protección del Estado y de la familia cubana en su desarrollo y bienestar.
Ni el bloqueo imperial ni mil leyes genocidas en lo económico, comercial y financiero podrán borrar la sonrisa de las niñas y los niños cubanos. En ellos están los infinitos semblantes que pueden tener la felicidad y el bienestar.