Ñico Rojas. El amor y la amistad desde la guitarra

Ñico Rojas. El amor y la amistad desde la guitarra
Foto: Cubarte.

Ingeniero hidráulico de profesión, José Antonio Rojas es uno de los representantes más excelsos de la música cubana. Esa distinción, vista la pléyade de estrellas en ese olimpo de figuras, no constituye un dato menor, sobre todo cuando llegó allá por méritos propios, como partícipe de una existencia humilde, llena de amor y empeño.

Aunque la impronta en su historia estaría marcada por su labor musical, el habanero se graduó como ingeniero hidráulico por la Universidad de La Habana en 1945. Tiempo después se trasladó a Matanzas, donde ejerció su profesión en diversas labores.

Él era un ser humano excepcional, muy familiar, y siempre sobresalió como un gran especialista en la rama Hidráulica, manifestó el Ingeniero José A. Guardado, quien estuvo en contacto con él. “(…) me enorgullece decir que Ñico Rojas era célebre por su caballerosidad, y que fue y será un gran músico y un excelente ingeniero”, apreció el especialista.

En la Atenas de Cuba residió por casi tres décadas y tuvo varias influencias, entre ellas, la de géneros como el danzonete, el danzón y la rumba, junto a otras anteriores como la trova, el son y el filin, del cual integró la vanguardia de fundadores.

También estuvo relacionado con la música clásica y popular desde temprana edad. Cursó estudios de guitarra desde los 13 años y emprendió un camino de autoaprendizaje, gracias al cual consolidó un método admirado en el presente, y lo hizo encaminando su andar artístico desapegado de escuelas y constructos académicos, a partir de elementos de inspiración popular y con el instinto y la innovación que auparon un talento como el suyo.

Aconsejado por figuras como Frank Emilio y Vicente González Guyún decidió componer instrumentales exclusivos para guitarra. En opinión del músico, periodista y musicólogo, Leonardo Acosta, esos trabajos hacen sonar la guitarra como una pequeña orquesta, tienen un estilo propio y, a pesar de su dificultad técnica, resultan agradables para los oídos menos entrenados.

“En estas obras hay emoción, vitalidad e intelecto, tres factores que debe reunir toda música y cuya combinación es tan rara como necesaria. A estos tres factores se une un cuarto aún menos fácil de definir, más inasible, para el que no existen recetas posibles: el buen gusto. Por todo esto, la obra de Ñico Rojas se hará imprescindible en el repertorio guitarrístico, al que este maestro, partiendo de lo más raigal de nuestra música, ha hecho aportes de incalculable valor”, comentó Acosta.

Y es que Rojas, quien poseía una inspiración bienaventurada, no dejó impronta escrita de sus trabajos. La ayuda de su hijo Jesús, quien memorizó sus composiciones al detalle y la asistencia de Martín Pedreira en las transcripciones contribuyeron a preservar las composiciones de este autor.

En la primera de esas transcripciones, el profesor manifestó el don de la improvisación de José Antonio, evidenciada en la reposición de los temas y en la libertad de los pasajes donde la línea cede a un ritmo en conjugaciones amplias. “Plena de comunicación, ya empírica o espontánea, su estética se concreta en una verdadera síntesis de identidad que, valida cada obra, no sólo como repertorio sino también para el campo de la investigación y el análisis musicológico”, afirmó Pedreira.

En 1964 Rojas grabó su primer disco de larga duración, con la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem). Sobre el material, titulado Suite Cubana, Gonzalo Roig dijo que no tenía antecedentes en la música cubana.

Quien dejó piezas como Guajira Guantanamera, Liliam, En el Abra del Yumurí, Guajira a mi madre, Mi ayer, Conversando con Nicolás Guillén y Francito y Alfonsito, entre muchas otras, también cultivó una amplia variedad de géneros. En todos, la guitarra pervivió como una figura central.

Como explicita la intérprete y compositora Marta Valdés:

“Se trata de la labor de un músico empírico que se entregó, a lo largo de su vida, a explorar la guitarra en la medida en que sus manos, capaces de abrirse a acordes de insólita extensión y recorrer todo el brazo del instrumento saboreando la nobleza de las sonoridades centrales, clavándose en efectos agudos y sobreagudos, haciendo gala del buen sentido para conducir los bajos, intentando con verdadero empecinamiento en pasajes repetitivos mostrar, explicar, conversar, resumir lo humano y lo divino en el universo de seis cuerdas como si una guitarra, exactamente eso, fuera la arena propicia para mostrar todas las cosas de esta vida y quién sabe si asomarse por momentos a la otra”.

Para conmemorar la partida a la inmortalidad de José Antonio es necesario recordar detalles como estos. Su obra, como apunta Leonardo Acosta, es un homenaje cariñoso a familiares y amigos, un verdadero monumento al amor y la amistad.

Lázaro Hernández Rey