Peces de las tinieblas

En 1831, el naturalista cubano Tranquilino Sandalio de Noda descubrió peces ciegos habitando en la oscuridad absoluta de las cuevas de Cuba, un hallazgo revolucionario para la ciencia de su época.
Sandalio de Noda envió dibujos y observaciones de estos peculiares organismos al naturalista Felipe Poey Aloy, experto en ictiología, quien realizó su descripción científica y los clasificó bajo el género Lucifuga (del latín fugere lucem, «huir de la luz»), término que él mismo acuñó.
Poey identificó dos especies autóctonas: Lucifuga subterranea (antes subterraneus) y Lucifuga dentata (antes dentatus), publicando estos hallazgos en 1858 en sus Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba.
Posteriormente, se han descrito otras especies dentro del género, como Lucifuga simile y Lucifuga teresinarum, identificadas por otros científicos en décadas recientes.
Los peces ciegos de Cuba: joyas de las cavernas
Estas criaturas fascinantes habitan en las aguas oscuras de cuevas subterráneas. Su nombre científico refleja su adaptación a un mundo sin luz: sus ojos, inútiles en la oscuridad, se han atrofiado casi por completo y están cubiertos por tejido epitelial. Son un ejemplo extraordinario de cómo la evolución moldea la vida en condiciones extremas.
En ausencia de visión, utilizan el tacto y un sistema de detección de vibraciones para orientarse y cazar; miden entre siete y 15 centímetros, con piel pálida o transparente, aunque algunas especies presentan tonos violetas o blancos; son carnívoros y se nutren de pequeños crustáceos, larvas y organismos que llegan a las cuevas, aprovechando incluso el guano de murciélagos que fertiliza el agua; son vivíparos y para preservar los recursos limitados de su hábitat, las hembras suelen gestar un solo embrión por vez.
Aunque los peces Lucifuga son los más estudiados, comparten su entorno con camarones ciegos, parte integral de estos ecosistemas en cuevas costeras y sistemas acuáticos subterráneos.
Tanto peces como camarones cumplen roles vitales; reciclaje de nutrientes, con los que mantienen el equilibrio ecológico al procesar materia orgánica; son bioindicadores, pues su presencia señala la salud del manto freático, pues son extremadamente sensibles a la contaminación del agua.
No obstante haber sobrevivido millones de años, hoy enfrentan riesgos como la contaminación por la infiltración de químicos agrícolas y residuos humanos en los acuíferos; el turismo no regulado con la captura indiscriminada y alteración de su hábitat y el cambio climático, con la subida del nivel del mar que inunde las cuevas con agua salada, incompatible con especies adaptadas a ambientes de agua dulce.
La conservación de estas especies únicas y sensibles es una deuda constante de los seres humanos con el medio ambiente y la biodiversidad para legar un planeta saludable a las futuras generaciones.
Curiosidad histórica
Un ejemplar de Lucifuga enviado por Poey a la Universidad de Harvard en el siglo XIX se conserva en el Museo de Zoología, envuelto en periódicos cubanos de la época. Este testimonio materializa el legado científico de Poey y la curiosidad que aún despiertan estos seres excepcionales.