Rita Montaner y la inevitable universalidad de las estrellas

Rita Montaner y la inevitable universalidad de las estrellas
Foto: Tomada del Portal del Ciudadano de La Habana.

No fue casualidad, ni tampoco un presagio. Rita Montaner deslumbró cada escenario donde actuó, permutó el gusto por el canto y la cultura ignorada por las élites de la época en una validación ceñida por la cultura unida al entretenimiento. Indiferencia es una apalabra acertada para describir cuál antónimo define mejor la vida de quien nació un día como hoy del año 1900.

“Evidencia una facilidad extraordinaria para la música, su técnica es inmejorable, puede leer a vuelo de pájaro una pieza musical e interpretarla al piano en primera lectura. Tiene además una voz agradable y bien timbrada. Canta a capela y no requiere de entonación previa para hacerlo. Le gusta mucho cantar y cuando lo hace quiere que el salón íntimo y familiar de su casa se convierta como por arte de magia en un gran escenario”, afirma el periodista e investigador Ciro Bianchi Ross.

La estela de Montaner perduró en tierra cubana, en Estados Unidos, España y México como principales sedes, además de varias presentaciones en otros países. En todas ellas la personalidad de Rita desbordaba las formalidades establecidas en un espectáculo único y merecedor de elogios, no solo por el talento de la protagonista, sino también por la facilidad con la cual asumía los temas para abrir paso a la música cubana hacia la posteridad.

Dichos resultados, incomparables a la medianía en el ramo artístico en el cual se desempeñó, provenían no solo de su talento y capacidades para asumir una variedad interpretativa a la altura de pocos artistas. Al decir de Ciro: “Su espontaneidad era fruto de un largo y paciente trabajo. Para cantar El manisero, uno de sus grandes éxitos, hizo un boceto a mano, estudió las inflexiones de la voz, dónde la voz debía ser suave y dónde, rajada y buscó en qué parte el vendedor quería enamorar a la caserita y en cuál, vender realmente su mercancía. Era genuina porque lo genuino le venía de raíz”.

En una de sus crónicas, Alejo Carpentier atestiguaba el paso arrollador tras la interpretación del tema ¡Ay Mamá Inés!, de Eliseo Grenet:

“El público pide Mamá Inés, y los ingleses y franceses lo bailan o hacen esfuerzos por bailarlo. La movilidad y el dinamismo de esa música vencen todos los escrúpulos. Muchachas oxigenadas, que nunca salieron de París, cobran ínfulas tropicales y exigen el bis a gritos. Los archiduques rusos pierden sus monóculos. Los yankys gritan ‘¡Oh, wonderful!’. Las pálidas hijas de Albión olvidan por un instante sus poses prerrafaelistas al enterarse del sortilegio sonoro que viene de las Antillas… Nuestras batas gráciles suben al escenario del music hall. Los franceses empiezan a tener una vaga noción de nuestra situación geográfica, y se enteran de que La Habana produce algo más que falsos [tabacos] Coronas a dos francos”.

Pero Rita fue mucho más. Su rango fue muy amplio. Sentó cátedra como la primera voz femenina en la radio cubana, en la cual inmortalizó varios personajes y también incursionó en el cine, con participaciones en películas como Sucedió en La Habana, La Única o Angelitos negros (junto a Pedro Infante), además de formar parte del elenco artístico del Canal 6 en la CMQ.

En el variopinto mundo del espectáculo que vivió, Rita supo congeniar su personalidad con el talento desde una lectura del tiempo sumamente ingeniosa y en la cual Montaner, a través de sus acciones, nos demuestra cómo la inevitable universalidad de las estrellas aumenta cuando vemos al ser humano tras los éxitos y glorias desde una perspectiva más cercana. Un ser humano complejo, como fue su caso, y una de las figuras más importantes de la música cubana.

Lázaro Hernández Rey