Rosa Elena Simeón, ejemplo perdurable de científica revolucionaria

Rosa Elena Simeón, ejemplo perdurable de científica revolucionaria

Ya lo había soñado. Pudo haber estudiado cualquier otra carrera universitaria por sus magníficos resultados docentes, pero Rosa Elena, aquella alegre y vivaz joven bejucaleña, prefirió las ciencias, y dentro de ellas la medicina y la veterinaria, hasta llegar por mérito propio al doctorado y a investigadora titular.

No bastaba para ello sólo la inteligencia, sino también su interés y empeño, la entrega a la profesión y la necesidad constante de investigar, descubrir algo, experimentar y aumentar los conocimientos sobre determinadas disciplinas.

Brindó todo su amor a ese universo hermoso que conducía al avance científico y tecnológico de su país, por el que tuvo tantas noches de desvelos e hizo suyos otros campos del saber (incluida la virología) que la convirtieron, paso a paso en su vida, en una destacada y reconocida científica cubana, formada por la Revolución.

Sin proponérselo, y fruto del trabajo en equipo, fue aglutinando en su avance a un importante torrente de jóvenes y otros experimentados colegas, empeñados todos en el mejoramiento del medio ambiente, y salvar vidas humanas y de animales. ¡Cómo no recordar sus desvelos durante los días difíciles de la fiebre porcina (ocurrida durante los años 1971 y 1980), por solo citar un ejemplo!

Como titular del  Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma), se le veía con frecuencia visitar los centros científicos y las delegaciones provinciales; se le siente aún presente en cada pasillo, en cada laboratorio, en las asambleas, en los

muestreos, en las comisiones técnicas, en los talleres, incluso en los  comedores junto al personal científico y los trabajadores, siempre dirigente, investigadora, amiga, compañera, revolucionaria…toda viva.

De ello han sido testigos los que compartieron con ella en la Estación Provincial de Investigaciones de la Caña de Azúcar de Ciego de Ávila; los trabajadores del Centro de Investigaciones de Bioalimentos (Ciba); del Centro Nacional de Investigaciones Científicas, (Cenic); y muchos años antes, del Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria (Censa) y de la Academia de Ciencias de Cuba, o aquellos que la acompañaron en las reuniones de la Comisión Nacional para el Medio Ambiente y los Recursos Naturales.

Su prestigio nacional e internacional fue en ascenso a base de mucho compromiso con la ciencia y la tecnología, pero sobre todo con Fidel y la Revolución Cubana. ¡Cuántas veces se le vio junto a él, buscando soluciones a los problemas, orientando, investigando! Y su esfuerzo fue premiado con la condición de Heroína Nacional del Trabajo de la República de Cuba y la Orden Carlos J. Finlay, altos reconocimientos nacionales, y también con otros muchos internacionales.

Ella continúa siendo esa vanguardia que acompaña a los cubanos en la introducción de los resultados de la ciencia en la práctica cotidiana y la urgencia de transformar esa actividad en una verdadera fuerza productiva, mediante el incremento de sus impactos en la economía, la sociedad y el medio ambiente, tal como lo concibió y enriquecido con nuevas experiencias.

Ejemplo en su sector, y sin apenas considerar lo que luego se nombraría el empoderamiento de la mujer en Cuba y en el mundo, la valoraba en toda su dimensión y reconocía siempre que las mujeres son más creativas, pues se crecen ante los conflictos y retos que les impone el mismo medio social y, por tanto, desarrollan más recursos de supervivencia para abrirse espacios y caminos en la vida.

Este 17 de junio Rosa Elena Simeón Negrín hubiera cumplido sus 80 años de vida y en toda Cuba, incluso más allá de sus fronteras, se le recuerda con su modestia y sabiduría, compañera y eficaz directiva, con su sonrisa y su personal manera de conversar, de aportar cada día a la ciencia cubana, esa por la que soñó y brindó su magnífica vida. Su obra perdurará para siempre.

Ana Rosa Perdomo Sangermés