Zenea, el romanticismo y el imperio de la realidad

Un día como hoy en 1832 nació Juan Celemente Zenea y Fornaris en la ciudad de Bayamo. El hijo de un teniente español y de una de una hermana del poeta José Fornaris devino asimismo poeta de raigal pertenencia al romanticismo cultivado en la Isla. Como apuntó Lezama en su Introducción a Zenea: “(…) es el primer poeta cubano que tiene una cultura poética, es decir, cultura partiendo de la poesía, de las sutiles progresiones de la metáfora, de las relaciones entre el cuerpo y la imagen (…) es un vivificador, un esclarecedor, un corporizador, de nuestra poesía”.
Hacia 1845 ingresó en el colegio El Salvador en La Habana y un año después ya publicó sus primeros poemas en el periódico La Prensa. En dicha institución impartió clases José de la Luz y Caballero, aunque muchas biografías destacan cómo el joven Zenea pudo adquirir mucha de su formación habida cuenta de su propia dedicación. Durante esa etapa colaboró en La Voz del Pueblo y participó de la redacción de El Almendares junto con Idelfonso Estrada.
En 1852 viaja a Nueva Orleans. Allí conoció a su gran amor, la actriz Adah Menken, colabora con varias publicaciones y se afilia al club El Orden de la Joven Cuba. Luego se traslada a Nueva York, forma parte de la sociedad La Estrella Solitaria y colabora con La Verdad, El Filibustero y El Cubano, en los cuales manifiesta su apoyo a la corriente anexionista.
El clima de las autoridades españolas tenía la violencia como divisa común a cubanos afiliados o no a las causas opuestas a la corona española. Al año siguiente Zenea fue condenado a muerte, mas, debido a una amnistía general, fue capaz de regresar a la ciudad, en la cual estuvo por más de una década. En ese período fundó y dirigió la Revista Habanera y colaboró con Guirnalda Cubana, La Piragua, Brisas de Cuba, Floresta Cubana, Revista de La Habana; El Regañón, Álbum cubano de lo bueno y de lo bello, La Chamarreta, El Siglo, Ofrenda al Bazar, Revista del Pueblo, de Cuba y en las Publicaciones españolas La Ilustración Republicana Federal y La América. Asimismo, redactó el periódico La Revolución, que fundó en unión de Néstor Ponce de León y escribió para El Mundo Nuevo y América Ilustrada.
Con el inicio de la contienda del 68 se encontró en Estados Unidos y participó en las expediciones del Catherine Whiting y el Lillian, ambas frustradas. En 1870 entra clandestinamente en Cuba. Tras el encuentro con Céspedes y en su intento de regresar a Estados Unidos fue detenido por una columna española de voluntarios. Luego de ocho meses retenido en la fortaleza de La Cabaña fue fusilado el 25 de agosto de 1871.
“El propio Zenea se convirtió en una víctima, porque creyó en las garantías del diplomático español en Nueva York. Ya preso, durante más de ocho meses, se convenció de que su muerte estaba decidida de antemano. La demora en ejecutarla formaba parte de los placeres de la crueldad”, explica la reconocida investigadora Ana Cairo.
Las valoraciones sobre el poeta, teniendo en cuenta la división en la emigración cubana de entonces, partida entre aldamistas y quesadistas, junto a los resultados infructuosos y a la forma de su gestión, motivaron los juicios de traición de no pocos de sus predecesores.
Al respecto comentó Cintio Vitier:
“¿Una poeta así, de pura alma en vilo, unida a una conducta irreprochable, de tenaz militancia revolucionaria, pudo haber sido la de un traidor en potencia? Nunca lo creímos, en primer término por razones poéticas. La moralidad puede fingirse o quebrarse; el valor no es atributo exclusivo de los héroes, ni siquiera de las personas honradas; pero la transparencia de la palabra poética es siempre infalible, incluso implacable. Zenea escribió sus últimos versos, durante los ocho meses que pasó incomunicado en una bartolina de La Cabaña, frente a la inminencia de la muerte. Esos versos -póstumamente publicados por Enrique Piñeyro bajo el título de Diario de un mártir- transparentan la absoluta limpidez de su conciencia. A los que tienen de la poesía una idea ornamental, a los que son incapaces de distinguir sus grados de autenticidad, este argumento les resulta inadmisible. Fue, sin embargo, el principal que esgrimió Martí cuando el 8 de diciembre de 1894, en Patria, evocando los ꞌdías de muerteꞌ del poeta, recordó aquellos ꞌversos de augusta serenidad, donde no haya quien sabe de almas una sola voz de confusión o remordimientoꞌ.
“(…) En paz podía descansar, en efecto, después de tanto martirio, porque en paz con su conciencia había vivido y muerto, como un valiente, quien fuera el último de los grandes liricos del romanticismo cubano, el concentrador de sus más finas, hondas y perdurables esencias”.