Antón Arrufat y la insurgencia de las palabras

Antón Arrufat y la insurgencia de las palabras
Foto: Endac

Antón Arrufat nació en Santiago de Cuba el 14 de agosto de 1935. Durante su vida incursionó en la dramaturgia, la poesía, la narración y el ensayo. En cada una de esas manifestaciones dejó una huella reconocible por la crítica.

En claro, El espejo del cuerpo, Lirios sobre un fondo de espadas, El viejo carpintero, Vías de extinción y La huella en la arena son algunos de sus poemarios más conocidos, al tiempo que La caja está cerrada y La noche del aguafiestas y los cuentos Mi antagonista y otras observaciones y Los privilegios del deseo agrupan una selección de su narrativa.

Para el poeta, ensayista y crítico de arte Virgilio López Lemus:

“Entre Repaso final (1964) y La huella en la arena (1986), Antón Arrufat escribe una poesía equidistante entre la intimidad emocional y la inmediatez. No cultiva una poesía propiamente social, y la historia, cuando en sus textos aparece como referente, tiene un tratamiento subjetivizador. No es tampoco un cultor prolífico del verso, mientras escribe profusamente teatro y obras narrativas; se ha mantenido en un lenguaje lírico de tono conversacional, pero en el que el registro subjetivizador marca definitivamente su visión del mundo. Incluso Arrufat (…) es uno de los primeros poetas cubanos en incorporar parte de la mitología del panteón de la Santería cubana, en referencias a dioses y leyendas que muchas veces van más allá de lo ocasional o de la nota culta sobre religiosidad popular (…) Pero la poesía de Arrufat es más discreta en cuanto a referentes de matices sexuales y no apela al sarcasmo que por momentos puede encontrarse en la obra piñeriana (…) La inmediatez tiene en él una manera peculiar de manifestarse, sin tonos grandilocuentes ni con exceso de naturalismo: logra alcanzar una sobriedad que es a todas luces ganancia para la propia corriente lírica en que está inmerso”.

Sobre La caja está cerrada (1984), una de sus obras más reconocidas, las investigadoras Dolores Nieves y Cira Romero afirman que: “(…) el dramaturgo que hay en Arrufat no deja de estar presente, pues el lector puede sentir que es conducido a un espectáculo teatral. Novela afincada en el realismo, no cae en desmesuras o exuberancias gratuitas, ni en claves para interpretarla, pues logra mantener, aun en las sinuosidades que acompañan su trama, una tesitura precisa y sin transgresiones al género. Contrastes de luces y sombras y avidez en sus personajes, concebidos con plenitud armónica y psicológicamente definidos, se conjugan en esta novela sólida y minuciosa, formalmente madura y matizada por el deseo de compartir y, a la vez, de trasmitir ideas”.

En el arte de las tablas, por su parte, sobresalen Los siete contra Tebas (Premio José Antonio Ramos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba), La tierra permanente y El caso se investiga, mientras que Virgilio Piñera: entre él y yo y El hombre discursivo representan una muestra de su producción ensayística.

Despierto, provocativo e influyente, en la década del 60 Arrufat irrumpió de forma acentuada en el nuevo espectro sociocultural del país. La década del 70 y el acentuado ostracismo de los dogmas políticos marcaron en su obra un impase que ha sobrellevado gran parte de la producción intelectual en el período revolucionario. Más allá de ello, Arrufat afirmó su identidad desde el imperio de subjetividad. De ella nacerían otras formas de expresión pendientes de las palabras y de su rédito en diálogo con la realidad.

Con 2 que se quieran Foto: Petí

En entrevista con Leonardo Padura, comentó que: “Una vez Salvador Redonet me hizo una observación que me impresionó: ‘Usted se ha hecho un mundo aparte’. Y creo que sí, que me hecho un mundo aparte y que mi literatura (lo que yo he podido hacer, que no es mucho), ha sido realizada exclusivamente como obra de imaginación. Las relaciones que pueda tener con la realidad son tan laberínticas que a veces ni yo mismo sé en qué consisten esas relaciones”.

Con relación a ese período, afirmó Arrufat en Con 2 que se quieran:

“(…) Ahora, hay personas, de esa generación, que han querido sanar y han sanado. Y hay personas que no quieren sanar porque les gusta vivir en esa especie de insalubridad memorial, ¿no?, la memoria insalubre también brinda una posibilidad de especular, de contar y de brillar a partir de las propias desgracias. Eso existe en todas las épocas, pero sobre todo en esa (…) soy superior a los resentimientos, soy superior a ese momento. No dejé de escribir jamás, pese a todo (…)”.

No fue, sin embargo, ajeno a los reconocimientos y condecoraciones. De tal suerte, Antón recibió los premios Alejo Carpentier, de Crítica Literaria y el Premio Nacional de Literatura, así como el Premio Iberoamericano Julio Cortázar y el Premio Nicolás Guillén.

Lázaro Hernández Rey