Casimiro ya no estará de pie

Las memorias de la habanera necrópolis Cristóbal Colón recogen no pocas historia curiosas, algunas más conocidas y otras menos, pero todas interesantes.
Esta, que a continuación relatamos, además de extraña, lleva implícita una moraleja: las cosas que pueden pasar si viene de un gobierno corrupto. Veamos.
Eugenio Casimiro Rodríguez Carta era un individuo que se jactaba de haber nacido con estrella, pues todo terminaba felizmente para él, a pesar de cargar con un nutrido prontuario de delitos, que incluía el asesinato. Resulta que en 1918 fue sentenciado a muerte por haber asesinado a Florencio Guerra, alcalde provisional de Cienfuegos, pero su sentencia fue conmutada por la de cadena perpetua a cumplir en el Castillo del Príncipe, en La Habana.
No había sido aquella su primera afrenta grave a la ley, pues en 1911, y también por asesinato, lo habían condenado en la Audiencia de Santa Clara.
Estando recluido en el presidio habanero conoció a una mujer que visitaba el lugar con frecuencia para realizar “obras de caridad”. La muchacha se enamoró del convicto y comenzó entre ambos un furtivo romance entre rejas.
Pero ¿quién era la joven? Nada menos que María Teresa Zayas, hija de presidente de la República, Alfredo Zayas, en el período comprendido de 1921 y 1925, y allí cambió la suerte de Casimiro, pues ella apeló a su padre, y éste gestionó el indulto para que se pudieran casar, y le limpió los antecedentes delictivos.
¡Qué padre, que facilita la unión marital de su hija con un connotado delincuente! Pero eso no fue todo; para que la pareja no pasara estrecheces económicas, le consiguió a su yerno una “botella” en el gobierno, es decir, un cargo por el que cobraba sin tener que trabajar.
Y gracias al espaldarazo político, y la intervención de un compinche, el ex convicto llegó a ocupar altos cargos en la Cámara de Representantes del Partido Conservador. Por cierto, el compinche también terminó siendo víctima mortal de Rodríguez Carta. Pero esa es otra historia.
La de hoy concluye con el hecho de que nuestro protagonista mandó construir, en la capilla familiar, un nicho vertical para ser enterrado de pie, pues según decía, un hombre como él, que había caído de pie en la Tierra, debía llegar de pie al infierno.
Su desfachatez llegó al límite de hacerse enterrar acompañado del fusil con que había ultimado al alcalde de Cienfuegos. Pero el tiempo no perdona y la historia siempre se cobra las deudas que acumulamos los mortales, y hoy seguramente, los huesos de Eugenio Casimiro Rodríguez Carta deben estar hechos un montoncito en el fondo del nicho y el fusil completamente oxidado. Y, ni que decir de la podredumbre política de aquellos tiempos, en enero de 1959 fue barrida por Fidel Castro y su ejército de barbudos.