El gigante que vigila la entrada a La Habana

El gigante que vigila la entrada a La Habana

Una colosal estatua vigila desde lo alto de la colina de Casablanca a quienes entran o salen de la bahía de La Habana.

Es una obra monumental y uno de los principales iconos de capital cubana, gracias al cincel de la escultora Jilma Madera, que fuera develada el 25 de diciembre de 1958.

La efigie tiene una curiosa historia. Cuando el 13 de marzo de 1957 un grupo de jóvenes revolucionarios intentaron tomar por asalto el Palacio Presidencial para acabar con el régimen tiránico de Fulgencio Batista, la primera dama hizo la promesa de erigir una estatua de Cristo que pudiera divisarse desde cada rincón de la ciudad, si su esposo salía ileso del ataque.

La acción armada fracasó y Batista no pudo ser ajusticiado, mas la señora Marta Fernández Miranda decidió cumplir su promesa con los fondos de un patronato creado para sufragar la ejecución del proyecto que resultara ganador.

Entonces se libró la convocatoria a un concurso que fue ganado por la prestigiosa escultora, quien no empleó modelo alguno para su obra, sino que se basó en su ideal de la belleza masculina, agregándole rasgos aborígenes al rostro de Jesús.

Durante dos años la artista permaneció en Italia, precisando detalles y dirigiendo a los 17 obreros y artesanos que, auxiliados por una grúa, dieron por concluida la escultura en solo un año de labor.

Sus piezas fueron trasladadas a La Habana en barco desde el puerto de Carrara, región italiana famosa por la calidad de su mármol, a mediados del 1958, después que el papa Pío XII bendijera la colosal obra, que hoy destaca su blancura sobre el azul cielo tropical.

La estatua tiene una altura de 20 metros sobre su base de tres metros, que al sumarse a la de la colina donde reposa, eleva su altitud a 51 metros sobre el nivel del mar.

Para su realización se emplearon 600 toneladas de mármol blanco de Carrara y está formada por 12 estratos horizontales con 67 piezas que se imbrican en el interior. Su peso se calcula en unas 320 toneladas.

Aunque la súplica de la señora Marta Fernández que motivó la construcción del Cristo de La Habana parecía haber sido oída por Dios, no le valió de mucho, porque solo seis días después de develada la escultura, su marido, el tirano Fulgencio Batista, aunque ileso, tuvo que huir de Cuba ante el empuje de la triunfante Revolución liderada por Fidel Castro.

(Con información de Ecured)

Gilberto González García