Emilio Roig, el fundador

Emilio Roig, el fundador
Foto: Trabajadores

No militó en ningún partido político, pero su obra trascendió en el tejido de la historia en una época donde la indiferencia tuvo un más que digno contrincante en la figura de Emilio Roig. La Habana, ciudad que lo recibió y despidió, fue la pasión en la cual el trabajo de Emilito, como lo conocían sus más cercanos allegados, permeó la conservación del pasado en el valor material e inmaterial de un patrimonio en el seno de una República fallida.

Y desde sus primeros escritos el énfasis en el rescate de la nacionalidad cubana y su identidad ocuparon un lugar preponderante.

Cuando en 1935 asumió la responsabilidad de Historiador de la Ciudad la deferente labor de Roig tendría un centro raigal en la defensa de la historia contra los vicios y la ignorancia, lo cual le valió no pocos contratiempos y enemigos.

Famosos son sus puestas ante la destrucción del Convento de Santo Domingo, los esfuerzos para salvar la Iglesia de Paula y las canteras de San Lázaro o las publicaciones de la Historia de La Habana y los monumentos nacionales. Todo ello atemperado por la convicción (enmascarada de certeza) de que la pérdida del patrimonio en La Habana Vieja representaría a su vez la pérdida de una parte significativa de la espiritualidad y el alma de la nación.

Esa defensa tuvo un baluarte en la Oficina del Historiador, institución nacida en 1938 y la cual Roig encabezó hasta el fin de sus días. Multifacético como pocos en su ramo, también encabezó esa labor en otros ramos. Entre ellos, el periodista incansable en su figura nos legó una serie de crónicas sobre la ciudad, sus habitantes y espacios, además de una crítica sagaz y objetiva contra los males y dificultades de la época.

Foto: Cubadebate.

“Fue además animador de las más importantes sociedades científicas que tenían que ver con el trabajo histórico. Por eso pienso en la Historia de la Enmienda Platt, en Tradición antiimperialista de nuestra historia, pero fundamentalmente en su brillante ensayo Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos, que ve la luz en 1953, que es un año crucial, está no digo resuelto, pero sí planteada la cuestión de fondo verdadera.

Así que creo que su aporte principal en este aspecto es haber fomentado grandemente una tradición antiimperialista y un sentido de soberanía plenas y un estudio de la historia con la cabeza descubierta”, comentó su sucesor y alumno, Eusebio Leal.

Otras iniciativas como la Sociedad Cubana de Estudios Históricos Internacionales, la Comisión Nacional de Monumentos y la Junta Nacional de Arqueología y Etnología fueron impulsadas por Roig al calor de su trabajo en la Oficina, aunque también colaboró en publicaciones como Carteles (en la cual exhibió varios trabajos con raigambre feminista), Social, Revista Bimestre Cubana, El Mundo, Alma Latina, Heraldo de Cuba o el Diario de la Marina.

“(…) Como historiador, para contrarrestar las influencias anexionistas, insistió en demostrar que Cuba no le debe su independencia a Estados Unidos. Su papel en el campo de la cultura fue fundamental. Desarrolló una intensa labor periodística de claro acento político, dirigida a un amplio público lector en la revista Carteles y se hizo cargo de la revista Social, de peso decisivo en la configuración del paisaje, en tanto vocero de las ideas de la primera vanguardia. Fue uno de los puntales del Grupo Minorista, informal en su estructura, pero sustentado en una plataforma inspirada en gran medida por Rubén Martínez Villena, que conjugaba renovación artística y compromiso político”, afirmó Graziella Pogolotti.

La unidad, conciencia y voluntad nacional permearon la obra de Roig con un sentido de pertenencia y cubanía innegociables, y como parte de la cual desarrolló una de las campañas más grandes por una escuela cubana libre, por el respeto al magisterio cubano: “Era un hombre de izquierda, absolutamente laico, opuesto totalmente a la irrupción de la cuestión religiosa en la educación pública”, expuso Eusebio.

Al decir del propio Leal, Emilio es único porque el tiempo que le tocó vivir formó en él a un hombre entre dos siglos, un hombre de excepción, un caballero de la palabra, temible en la polémica y amigo de todas las causas justas.

Y quizá el mejor modo de recordarlo hoy, a la vista de otro aniversario de su partida, sea precisamente a través de la continuidad de su obra y el reconocimiento de su vida. No solo fue Roig un Quijote con los pies en la tierra, sino un hombre de su tiempo con un pensamiento ecuménico, sin el cual (no quepan dudas) sería imposible ver la historia de La Habana y de Cuba de la misma forma.

Lázaro Hernández Rey