Jesús Menéndez, en pie y rodeado de cañas insurrectas
Los periódicos de la época reconocieron que la noche del 22 de enero de 1948 había sido muy fría. Sin embargo, en la sede la Partido Socialista Popular (PSP), en Santa Clara, traspiraba un ambiente particularmente cálido. Como reconociera más tarde Gaspar Jorge García Galló, profesor y político cubano radicado en esa ciudad, se habían visto allí una movilización y una alegría tan intensas, como nunca antes, pues se proclamaría la candidatura presidencial de Juan Marinello Vidaurreta y de Lázaro Peña González.
Ese año finalizaba el período de gobierno de Ramón Grau San Martín y el PSP se disponía a participar en el proceso electoral con la postulación de dos representantes, con sobrados méritos.
Faltaban poco minutos para comenzar la asamblea, cuando llegó la noticia de que Jesús Menéndez Larrondo, líder de los trabajadores azucareros y militante del Partido Comunista de Cuba, había sido asesinado ese día a traición, en la estación de ferrocarril de Manzanillo.
La reacción fue inmensa y rápida, muchos corrieron a sintonizar la Mil Diez, emisora del Partido y, por ende, del pueblo, donde Blas Roca Calderío, destacado dirigente comunista, informaba:
“…Jesús Menéndez regresaba del central Estada Palma donde había asistido allí a una gran movilización de los trabajadores, en lucha por lo que era demanda en todo el país: salarios para todo el año y diferencial del 8%. Un miserable asesino, capitán del Ejército, le descargó su revólver por la espalda, apagando su preciosa e inapreciable vida”.
Muchos hombres y mujeres acudieron esa noche a las oficinas Partido Socialista Popular para expresar también su voluntad de ingresar a la organización política, en respuesta patriótica al crimen.
Era el modo de tributar allí, y en todo el país, el adiós al también conocido como General de las Cañas, el líder negro que ganó infinidad de batallas en favor de los humildes: la creación del retiro azucarero, la participación de técnicos y obreros en la negociación de la zafra, el aumento del salario a los ferroviarios y marítimos, el patronato de higienización de los bateyes, la reducción del peso de los sacos de azúcar y la lucha por la superación de los trabajadores, entre otros beneficios.
Una de sus mayores conquistas, después de cruentas batallas enconadas, fue la Cláusula de Garantía, que hizo posible el diferencial azucarero y aportó a los obreros y al país grandes ingresos. Su prestigio proletario era inmenso, su voz siempre firme.
El imperialismo yanqui no toleraba esas victorias ni tampoco sus servidores locales, porque dañaba los intereses de los magnates azucareros. Entonces optaron por asesinarlo ante los ojos del pueblo y con ello dar un escarmiento, aunque la orden había sido dada por Estados Unidos. Al morir tenía 36 años de edad.
Fue Nicolás Guillén quien en su sentida poesía Elegía a Jesús Menéndez lo inmortalizó: “¿Quién vio caer a Jesús? Nadie lo viera, ni aún su asesino. Quedó en pie, rodeado de cañas insurrectas, de cañas coléricas (…) Jesús no está en el cielo sino en la tierra; no demanda oraciones, sino lucha; no quiere sacerdotes, sino compañeros; no erige iglesias, sino sindicatos. Nadie lo podrá matar”.
Triste cortejo aquel que, en la tarde del 23 de enero, recorrió las calles de Manzanillo para despedir en la terminal de trenes los restos de Jesús Menéndez, cuyo féretro transportaría hasta La Habana sus restos, para la masiva despedida en la capital.
Justamente, once años después, en otro enero, pero del feliz año 1959, el victorioso movimiento insurreccional de Fidel Castro se encargaba de aplicar toda la fuerza de la justicia al criminal que apagó la vida de aquel humildísimo biznieto de esclavos, nieto e hijo de mambises, luchador ejemplar e intransigente, que el pueblo cubano siempre ha querido y respetado.