José Martí en todo su deber patriótico

En la cúspide de su titánico y largo empeño por la libertad de Cuba, cayó José Martí Pérez hace 128 años en aquel combate de Dos Ríos, pero continúa obrando en la vida de los cubanos y su Revolución.
Ocurre siempre así con los hombres que sin ninguna timidez o sin flaquezas, y consagrados plenamente a su patria y a su pueblo, enfrentan las exigencias del momento histórico que les toca vivir.
Una vocación profunda de sacrificio personal y de cumplimiento del deber, y una conciencia cabal de los requerimientos de la obra revolucionaria, condujeron a Martí a concepciones y a acciones que han quedado para siempre en la historia, porque él tuvo infinita confianza en su pueblo, dio unidad a la lucha y calor a su corazón para estimularla.
Cuba fue su gran amor y su gran preocupación, y en la conquista de su libertad puso todos sus esfuerzos, energías e inteligencia. También se asomó a toda actividad humana y tuvo una concepción de la problemática de América como ninguno de los hombres de su época. Su voz no fue palabra que recorrió soledades, sino grito que halló multitudes.
Por eso no dudó en ir al encuentro de su hora definitiva. Hincó con sus improvisadas espuelas de soldado el vientre de su caballo Baconao, que fuera un regalo del mayor general José Maceo, y se lanzó al combate, contemplando “las palmas que aguardan a los guerreros como novias”, en medio del rumor del Contramaestre, el afluente más caudaloso del río Cauto.

Cae “como había soñado en las noches interminables del exilio y pedido en versos anhelantes”, en el mejor escenario posible: en los campos cubanos y luchando por la independencia de su patria, de cara al sol, en aquel mediodía. En esa fecha él fue la única baja mortal del Ejército Libertador, durante su primera y única acción de guerra en que participó, en el punto más cercano a las filas españolas que enfrentaba.
Solo había vivido 42 años, mas fue un tránsito fulgurante. Desde los 16 años de edad venía arrastrando la cadena de Cuba y para romperla recorrió cerca de trescientos kilómetros, de Playitas de Cajobabo a Dos Ríos.
Y murió cuando aún las desavenencias no habían minado las huestes revolucionarias, cuando el imperio del Norte todavía no había completado su tarea, cuando la patria por él soñada no se deshacía bajo la intervención del poderoso vecino.
La prematura caída de José Martí tornaría largo y doloroso el camino de la unidad nacional. Con él moría también, quizás, el único líder capaz de aglutinar a la vanguardia intelectual y a la vanguardia política en torno a los intereses de las masas de campesinos y trabajadores explotados del país. En una nación de analfabetos, el brillante pensador que brotó del seno de un humilde hogar habanero había alcanzado la estatura de conductor de pueblos.

Martí no se tomaba un solo minuto de descanso, argumentando que casi todo estaba por hacer, pero su temprana caída el 19 de mayo de 1895, impidió que pudiera dotar a la guerra de fórmulas que garantizaran el triunfo de sus preclaras ideas. Con su muerte, el movimiento independentista cubano perdió a un hombre de avanzado pensamiento político, que trascendió épocas y fronteras.
La muerte no fue para Martí un reposo definitivo, porque -según sus propias reflexiones- “no hay descanso hasta que toda la tarea esté cumplida, y el mundo puro, hallado”.