Juana Borrero, una luz breve e intensa

Juana Borrero, una luz breve e intensa
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A pesar de la brevedad de su vida, Juana Borrero es considerada una de las principales figuras del modernismo hispanoamericano.

Nació en 1877. Fue hija del poeta y médico camagüeyano Esteban Borrero Echeverría. A los círculos literarios celebrados en su casa acudían escritores como Carlos y Federico Uhrbach, por lo cual creció en un ambiente propicio para el desarrollo de sus inquietudes artísticas. Su hermana, Dulce María Borrero, también destacó en poesía y prosa.

En 1886 ingresa en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro y más tarde recibió clases con Dolores Desvernine y Armando Menocal. Sus trabajos pictóricos tienen una línea segura y vigorosa, y están referidos a la naturaleza y las personas de a pie, como es el caso de los trabajos Pilluelos y Las niñas.

Sin embargo, la literatura sería el espacio en el que se consagraría la joven que con tan solo siete años escribió su primer poema. Su relación con Julián del Casal quedó para la posteridad, y la muerte de este tuvo un fuerte impacto en su personalidad y forma de escribir.

Hacia 1895 publicó su único libro de poesía, Rimas. Sus poemas aparecieron en la antología Grupo de familia, poesías de los Borrero y fueron publicados en La Habana Elegante, Gris y Azul y el Fígaro.

Como su padre estuvo involucrado en la causa independentista, ese año emigró a los Estados Unidos, país que había visitado tres años antes, en 1892. En aquella ocasión conoció a José Martí, quien organizó una velada en su honor en Chickering Hall.

Juana murió el 9 de marzo de 1895 en Cayo Hueso, a raíz de la tuberculosis que la aquejaba. Junto a las poesías y dibujos, en su legado perdura el extenso epistolario con Carlos Pío Uhrbach. En esas cartas, además de pasiones y referencias familiares, también se testimonia la vida durante la guerra en curso.

Al día de hoy, su obra continúa siendo un referente para acercarse al tratamiento de la subjetividad a finales del siglo XIX. La autenticidad de su temperamento y el lenguaje sencillo no han pasado inadvertidos.

De esta forma recordamos a la niña intensa, lúcida y apasionada (como la definiera Fina García Marruz) que demostró la independencia de su ingenio y abordó temas con madurez y un gran sentido de intimidad e introspección. Un espíritu adelantado a su tiempo, con una huella indiscutible en la lírica cubana.

Lázaro Hernández Rey