Luis Mariano Carbonell: una oda a la excelencia

Luis Mariano Carbonell: una oda a la excelencia

“Crecido en una familia de músicos y recitadores, con un innato sentido de la escena que ampliaba el tesón del estudio, Luis Carbonell podía burlar las zancadillas de un medio viciado en la realización y en la fruición. Sus manos adquirían una novedosa expresividad al recitar, pero también ganaban la resonancia del piano con una ligereza y un oficio insólitos. Su acendrado paladeo de la música ayudaba a sus presentaciones. Traía en la voz algo de bongosero tradicional, decantado por un refinamiento criollo, la flexibilidad de lo vivido y asumido. Sonaba distinto. Era inimitable. Sentaba plaza única, que no alcanzarían sus imitadores, pues al remedarlo sin sus atributos, se imponía un trasunto de vulgaridad inexistente en él.”

Así exponía sus impresiones sobre Luis Mariano Carbonell el Premio Nacional de Literatura Reynaldo González. Las referencias, denotan una figura peculiar, sui géneris y original como pocas en el entramado cultural del mayor archipiélago de las Antillas.

Quien nació un día como hoy del año 1923 no solo fue capaz de llevar a los oyentes de sus declamaciones al lugar, tiempo y atmósfera del verso en cuestión. Junto con esa habilidad estaban la sutileza expresiva y la naturalidad unidas al empleo del silencio y la música. Todo ello en una forma que completa pero no agota la huella de Luis Mariano.

El séptimo hijo del matrimonio de Luis Carbonell y Amelia Pullés estudió piano con la maestra catalana Josefina Farré Segura y aprendió el idioma inglés. Con 15 años da muestra de su talento en la declamación. Por entonces ganó un concurso de aficionados e integra la nómina de la emisora CMKC.

De la época también está su declamación del poema A la Caridad del Cobre en la iglesia de San Francisco durante una presentación de Hipólito Lázaro, el tenor español. Sin embargo, pronto alcanza los límites de crecimiento en Santiago y se dirige a La Habana para continuar su formación.

Foto: Jorge Oller

En 1946 va a Nueva York donde se desempeña como recitador y pianista acompañante. Allí se presenta junto a Esther Borja y Ernesto Lecuona. Esther lo acoge como su protegido. Gracias a Lecuona obtiene su primer trabajo profesional y se reúne con Diosa Costello, quien en 1948 lo incluye en un espectáculo en el Teatro Hispano.

También recita Poesía afroantillana en el Carnegie Hall e incluye una amplia selección de poemas de autores como Emilio Ballagas, Nicolás Guillén, José Zacarías Tallet, Félix B. Caignet, Rafael Esténger, Vicente Gómez Kemp, Raúl Vianello, Luis Palés Matos, Manuel Rodríguez Cárdenas, Federico García Lorca y Alfonso Camín.

Su talento rinde frutos y es entrevistado en un programa de la NBC. De regreso a Cuba debuta en el cine-teatro Warner (actual Yara) y acompaña sus declamaciones con un cuidado acompañamiento de instrumentos musicales.

Más tarde formó parte del programa De fiesta con Bacardí, del Circuito CMQ. Por varios años compartió escena con artistas de la talla de Josèphine Baker, Jorge Negrete, Pedro Vargas, Nini Marshall, Luis Sagi-Vela, Paquita Rico, Los Xey (conjunto folclórico) y Los Panchos (trío mexicano).

En octubre de 1949 en el Teatro América estuvo en el espectáculo de Ernesto Lecuona junto con Sara Escarpanter, Olga Guillot, Orlando de la Rosa y Carlos Barnet.

Fue una de las personalidades con presencia en la televisión, en la cual se desempeñó en los principales programas de variedades. Sus declamaciones contaron, por otra parte, con los acompañamientos de Alberto Alonso y la presencia de los cuartetos Facundo Rivero, Orlando de la Rosa y Aida Diestro.

En la década de 1950 emprendió una gira por Hispanoamérica con reconocidas presentaciones en Venezuela, México y España. Posteriormente ayudó en la grabación de Esther Borja canta a dos, tres y cuatro voces canciones cubanas (1955). Para ello efectuó los arreglos musicales de las piezas, el montaje de las voces, el acompañamiento al piano y las notas en la carátula del disco.

Luis Carbonell fue autodidacta. Su estilo y método personal, la maestría en el uso de la voz, la selección de los temas, materiales, ensayos y ejercicios le confirieron una habilidad única para mezclar la música, la poesía y el cuento.

Una muestra de ello fue la presentación en la sala Hubert de Blanck en 1957. Allí interpretó cinco cuentos de cinco autores cubanos con sus respectivos personajes. Cada historia estuvo precedida de un acompañamiento musical en el piano. Con motivo de esa puesta el periodista Luis Amado Blanco comentaba por entonces: “(…) A nadie, antes que a él, se le había ocurrido que los cuentos de los autores modernos tenían dentro de sí esta posibilidad maravillosa (…)”.

Tras 1959 Luis Mariano se presentó en varios países y latitudes. Formó agrupaciones como el Cuarteto del Rey, Los Bucaneros y Los Cañas y fue maestro de varias generaciones de cantantes cubanos. En 1972 presentó en Casa de las Américas el recital Luis Carbonell en tres tiempos, en el cual ejecutó piezas de Ernesto Lecuona, Ignacio Cervantes, Johann Sebastian Bach y Serguei Rahmaninov durante dos horas.

Fiel al arte que corría por sus venas, a sus gustos y a las lecciones perfeccionadas de su formación empírica, Carbonell insufló de gracia, contenido y maestría la narración oral en Cuba. El calificativo de acuarelista de la poesía antillana no debe distraernos del trasfondo humano, original y poderoso tras su obra. Figuras humanas y auténticas como esa no son recurrentes, y mucho menos las que afianzan la cubanía de modo tan certero y desprejuiciado.

Como expresara Reynaldo González: “Carbonell estaba destinado a sobresalir porque lo suyo era auténtico, tan popular como riguroso. Representaba una cultura real, palpitante, no el manierismo de sus tópicos. Sin quedarse en el pintoresquismo facilista, su arte también constituía un filin exportable. Era Cultura con mayúscula y Autenticidad”.

Los recuerdos y palabras de homenaje, hoy como antes, se delatan como exiguos al momento de valorar su impronta. Una oda a la excelencia, como la de Carbonell, merece todo el reconocimiento posible… y un poco más.

Lázaro Hernández Rey