María Cervantes, la música y el piano

María Cervantes desarrolló desde temprana edad una sensibilidad especial por la música. Ese interés estuvo complementado con las lecciones de piano de su padre, el afamando compositor y pianista Ignacio Cervantes, quien no solo marcó el oído y gusto de la joven intérprete, sino que constituyó una influencia referencial, una salvaguarda de motivos para crear.
En el dominio del piano aventajó a todos sus hermanos. Su proyección artística, en extremo prometedora en aquellos momentos, tuvo un puntal destacado con su presentación en el Teatro Tacón con apenas 13 años. No obstante, poco tiempo después tuvo que ser intervenida quirúrgicamente, a lo cual se añadió la pérdida de su padre, en 1905.
Dicho suceso la marcó significativamente. Refieren las biografías que para afrontar ese hecho terminó una romanza incompleta que Ignacio le había dedicado. Dicha composición, conocida más tarde como Fusión de almas (título propuesto por el poeta matancero Juan Ubago) acompañó cada uno de sus conciertos.
Aunque su debut profesional no se produjo hasta 1929 en el Teatro Campoamor, previamente María había continuado sus estudios de piano y dos años antes grabó su primer álbum. Luego va a Estados Unidos y crea más de una veintena de discos para la firma Columbia, con la cual continuaría trabajando.
Cuando retorna a Cuba labora en varios establecimientos, estuvo en Teatro Encanto y en varios locales nocturnos, e impartió clases a un desconocido joven con el nombre de Ignacio Villa Fernández, conocido más tarde en la escena como Bola de Nieve y quien siempre puso en alto la influencia, respeto y admiración por su maestra.
De igual modo se presentó en escenarios similares de La Habana y Nueva York que marcaban pautas en la industria del entretenimiento. “Actúa también en la RCH Cadena Azul, en la Cuban Telephone Company, en Radio Salas y en el hotel Sevilla, donde se presenta junto al pianista Felo Bergaza. En la Mil Diez trabaja con los compositores y directores de orquesta Adolfo Guzmán y Enrique González Mántici”, explica la periodista Josefina Ortega.
Un impase a esa actividad lo marcó la muerte de su tercer esposo. Tras ello María se retiró de la escena y no sería hasta 1960 cuando, persuadida por el músico Odilio Urfé, regresó definitivamente a la escena con una presentación en el teatro del Museo Nacional de Bellas, en la cual recreó obras suyas y de su padre en una sala abarrotada que la celebró con aplausos.
“Hubiera querido retirarme de la radio, del teatro, y que me recordaran como era yo, sin espejuelos, sin canas, sin vejez. Pero hubo un segundo gran debut que no me pesa, porque si yo me hubiera retirado de verdad, me hubiera muerto ya. La música es mi vida”, comentó María en aquel momento.
Desde entonces y hasta su partida física, la Cervantes coronó los escenarios y tuvo una presencia constante en ellos. Significar su vida es posible, aún ante el paso del tiempo. Quienes estuvieron en sus actos recuerdan las galas de cubanía, el carisma de sus interpretaciones y la simpatía personal que la caracterizó. El cariño y la admiración del público ensalzan y hacen más perdurable una trayectoria tan profusa como la suya que, con total sencillez y naturalidad, queda expuesta pero no reducida en esos tres elementos que marcaron su vida: María Cervantes, la música y el piano.