Mirta Plá: un ejemplo de maestría y sensibilidad

Quienes tuvieron la oportunidad de verla afirman que era un encanto para los sentidos. En ella se reunían de forma natural una elegancia, delicadez y encanto sin parangón en la escena del momento. Su proyección en la escena, la alegría, seguridad y brillantez desprendidas ganaban una y otra vez el favor del público sin mucho esfuerzo, así como el de los críticos más exigentes.
“(…) posee una serenidad tremenda, y la mayor gracia natural. Un movimiento se diluye en el próximo en continua armonía. Ese es el ‘bel canto’ de la danza (…)”, comentó sobre ella el afamado investigador Arnold Haskell.
Mirta Plá integró el coro de las cuatro joyas del ballet cubano junto a Loipa Araújo, Aurora Bosh y Josefina Méndez, y en ese grupo distinguió con luz propia, ajena a los sesgos por cuanto su tiempo vital estuvo ocupado por el sacrificio y la disciplina con el cual asumió la danza desde los trece años.
Gracias a ello cultivó una técnica sólida y una musicalidad como ninguna otra. Ambas cualidades acompañaron su figura genuina con unas condiciones interpretativas y físicas extraordinarias, las cuales no tardaron mucho tiempo en convertirla en una musa de la audiencia desde temprana edad, cuando en el Teatro América ejecutó el Vals de las Flores de Cascanueces, el 15 de marzo de 1953.
“(…) lo recuerdo perfectamente, como si fuera hoy mismo. Aun yo no era profesional y como faltaban muchachas para el cuerpo de baile, se me dio la posibilidad de bailar en el Vals de las flores, de Cascanueces. Éramos seis bailarinas, yo estaba muy nerviosa, porque en esa escena había dos momentos en los que debía bailar un brevísimo solo. Recuerdo muy bien que era una frase de 16 tiempos, una sencilla diagonal hacia adelante y hacia atrás. Yo estaba muy nerviosa, a pesar de que la practiqué muchísimo. Esa constituyó mi primera actuación importante con la compañía y también mi primer solo”.
La solidez de sus interpretaciones estuvo, además, acompañado por la “sensualidad típica de la cubana en su forma de bailar, además de su hermosura y expresividad”, como afirmó Fernando Alonso. Con esas condiciones le dio vida a personajes complejos y variados, en un prontuario de excelencia capaz de reafirmar su calidad y maestría, su profesionalidad y entrega, su amor al ballet y al público que asistió a las funciones.

Swalinda (Coppélia), Mlle. Cerrito y Madame Taglioni (Grand pas de Quatre), Lisette (La fille mal gardée), Terpsícore (Apolo), Nikya (La bayadera), Aurora (La bella durmiente en el bosque) o Alfonsina Storni (Alfonsina) son algunos de los roles que demostraron las capacidades de Mirta en escena. Junto a ello, su participación en piezas icónicas como Giselle, El lago de los cisnes o Edipo Rey confirmaron la maestría de una de las representantes más distinguidas del ballet en el mayor archipiélago de las Antillas.
Respeto y admiración, así como una leve sonrisa vienen a la mente de quienes recuerdan el paso de Mirta Plá por este mundo. Alegría y concierto de buenas sensaciones la acompañaron siempre en franco e irremediable oposición a las desavenencias del tiempo y de las personas. Contra ello, mas no como desobediencia, sino como superación, la obra de Mirta rebosó los medios términos para establecer un precedente único de distinción y elegancia en el ballet cubano.