Pedro Pablo Rodríguez y la impertérrita constancia de Martí
Pedro Pablo Rodríguez ha sentado cátedra en el campo de estudios sobre la figura de José Martí, como también lo ha hecho en el caso del análisis de otros próceres, como Máximo Gómez, o en referencia a los estudios de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.
No obstante, Martí ocupa un lugar cimero en su trayectoria académica, con fuertes simientes en el estudio científico de la historia y las tipicidades que la matizan en el contexto cubano.
La complejidad inherente a la realidad no escapa a las simplificaciones nacidas de la ignorancia o el desconocimiento, mas la habilidad intrínseca para descubrir de forma autóctona y natural ese proceso formativo ha sido una constante en la trayectoria de Pedro Pablo, para quien la cultura pertenece al creador y a quien la disfruta, en tanto su valor está en la capacidad que posee para provocar sentimientos y compartir las diferencias específicas en cada uno de nosotros.
El hecho de volver una y otra vez a Martí no es un imperativo insulso, sino una constante indispensable para entender la realidad desde la propia acción y las exigencias de la contemporaneidad:
“Hay que aprehender, concientizar y reelaborar sistemáticamente las identidades culturales, con pleno y equilibrado sentido entre lo autóctono, lo original y lo renovable. Ni atrincheramiento en un pasado y una tradición inmutables, ni culto absoluto a la modernidad hegemónica: aquella suele tener aspectos rechazables y nunca ha permanecido estática, sino que ha sido una sistematicidad de rupturas y continuidades; esta puede ofrecer nuevas expresiones y herramientas imprescindibles. De lo que se trata es justamente de impedir las hegemonías culturales y de partir de la admisión de la diversidad y riqueza de las culturas”, expresó el Dr. Rodríguez en una ocasión.
El antiimperialismo del Apóstol en el contexto de finales del siglo XIX es transversal a la América Latina y el Caribe, y la historia de dominación que sobrevendría. En la actualidad y desde hace varias décadas, las reflexiones de Pedro Pablo sobre Martí y la pertinencia de un adeudo moral, llaman la atención para reflexionar desde nuestras propias capacidades sobre el mundo en el cual vivimos.
Sobreviene un hálito de humildad cuando se piensa en el Apóstol, y en esa visión subyace la palabra de Rodríguez y de muchos otros investigadores, desarmados del letargo academicista y con los pies en la práctica de humanidades.
“Si algo puede favorecer la interconexión entre pueblos y culturas diversos que establecen los procesos globalizadores es justamente la relación entre ellos. Y si les quitamos el signo de dominación y admitimos la validez de la expresión del otro, inclusive hasta la necesidad de su existencia para ser nosotros mismos, estaremos andando por el camino de que la diversidad y variedad de culturas es factor consustancial para que otro mundo sea posible: más humano y por ende más culto”, declaró hace varios años.
En este nuevo aniversario de su nacimiento es preciso destacar una vez más la interrelación de Pedro Pablo con el pensamiento martiano, para indagar en las causas de esa necesidad y estimular su difusión, no desde el discurso trillado o las alabanzas vacías, sino desde las enseñanzas de un pasado que todavía pugna por un lugar en este presente, armado de la razón y el coraje de quienes nos antecedieron.
En palabras del Dr. Pedro Pablo Rodríguez: “Una cultura nueva, mestiza, ecuménica, armónica con la naturaleza, de liberación humana y de pueblos, exigía un pensamiento original, ajustado a aquellos tiempos, en función de contribuir al verdadero mejoramiento humano, y que, por ello, debía crear su propia lógica de razonar. De alguna manera, tanto con sus ideas como con su vasto proyecto de liberación antillana y continental, y de equilibrio del mundo, ¿no estaba Martí promoviendo una revolución del pensamiento para esa nueva cultura?”