Recordando a Fidel desde su raíz

Fidel Castro Ruz, el Jefe de la Revolución más digna, firme y heroica que se recuerde en las últimas seis décadas y media, hubiera cumplido este 13 de agosto sus 98 años de edad.
Volver a su raíz nos lleva a Birán, aquel hermoso paisaje de la zona oriental de Cuba, donde nació. Es hermoso caminar por los amplios espacios que rodean la vieja y restaurada casona pintada de amarillo, disfrutar del frescor bajo el algarrobo, donde se agolpan imágenes y recuerdos.
Fueron muchas las veces que Fidel visitó Birán, sobre todo en las últimas décadas de su vida. Del lugar, recordaba no solo la casona donde nació y vivió con sus padres y hermanos, la pequeña cuna que lo acogió, sino también la escuelita donde todavía parece vérsele sentado a corta edad en aquel pequeño pupitre donde inició el aprendizaje de las letras, la posición de la pizarra, cómo recorría de un lado al otro el aula, reviviendo las anécdotas de la tabla con el clavo que lo hirió y los chapuzones en las pozas de los ríos cercanos.
Muchos lo recuerdan hablando de paseos a caballo, los amoríos de la adolescencia, la práctica de deportes, las travesuras infantiles junto a sus hermanos, la plática con el Gabo en el correo, el televisor que no recordaba en la casa familiar, el homenaje íntimo ante la tumba donde reposan sus padres y otros familiares, así como las delicadas flores.
En ocasiones partía por caminos solitarios entre las montañas y dirigía sus pasos hacia un campamento forestal en Pinares de Mayarí, recorrido que a veces hacía junto a su hermano Ramón. Para entonces ya sabía manejar la escopeta de su padre y tenía buena puntería, a base de cazar auras tiñosas que saqueaban el gallinero.
Su mente lo llevó muchas veces a recordar aquellas cosas que lo llenaban de satisfacción, como su caballo Careto o el de la cara blanca, como lo identificaba, por su mancha blanquecina en su piel casi dorada. Se le escuchó confesar: «Yo quería bastante a aquel caballo». Le encantaba verlo gordo, grande, hermoso y descansado para llevarlo de excursión.
Aprendió a nadar por instinto desde una edad tan temprana que no sabía precisar. Para él, conocer las frescas aguas del río cercano sería un placer casi innato. Pero no solo eso lo entretenía, también las cámaras de automóviles, las horquetas de guayaba y dispositivos para lanzar eran las piezas claves en la creación de los tirapiedras. Todo eso formaba parte de sus juegos y travesuras junto a sus amigos.
También tenía curiosidad por la naturaleza. En el campo estaba su libertad.
Y fue allí, en su niñez, al compartir el aula y sus aventuras con otros pequeños de la zona, donde supo que existía otra Cuba de pobreza y gente sin esperanza, lo que fue forjando el sentido de su vida.
Todas estas pequeñas y grandes cosas hablan, entre muchas más, de la sencillez excepcional de este padre de todos los que aman y construyen en la Cuba de la vergüenza y los principios inclaudicables, porque se nutren de esa raíz de la Patria.

Los cubanos, y muchos de los que en el mundo valoran su dimensión, rinden el permanente y merecido homenaje, desde la admiración y el respeto, al líder de la Revolución cubana, el Comandante en Jefe Fidel, siguiendo esta bellísima frase martiana “…porque al que sirvió a sus hermanos, al que dejó la comodidad impura por el peligro creador, al que se puso de raíz de su tierra y dio a su pueblo el derecho de codearse con los hombres, se le quiere, como a cosa de las entrañas, se mima su recuerdo, se le hace hueco en nuestro asiento, se le abre para que por él se entre nuestro corazón…”