Rosa Elena Simeón, paradigma de las presentes y futuras generaciones de científicos

Rosa Elena Simeón, paradigma de las presentes y futuras generaciones de científicos

La pasión por el medio ambiente, la ciencia y la investigación atrapó tempranamente a Rosa Elena Simeón Negrín, una cubana excepcional con gran  inteligencia y constancia, que llegó a ser la primera mujer en ocupar el cargo de presidenta de nuestra Academia de Ciencias.

La destacada obra de esta prestigiosa científica se pudo ver reflejada en sus horas de desvelo, su trabajo incesante, su entrega al deber, primero atendiendo la salud animal, cambiando su perfil de la Medicina hacia la Veterinaria, en el campo de la Virología, en su incursión en la investigación y dirección de centros científicos de gran prestigio como el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC) y luego el Centro de Sanidad Animal (CENSA).

A ella, Cuba y el mundo agradecerán siempre haber dirigido el combate de la grave infección asociada a la introducción y diseminación de la fiebre porcina africana, en dos momentos, a inicios y finales de la década de 1970. No por casualidad, en el discurso de clausura del III Congreso de la FMC en marzo de 1980, el Comandante en Jefe Fidel Castro expresaba: «Creo que ustedes eligieron para el Comité Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas a una compañera muy destacada, que dirige un centro de investigaciones, que precisamente dirigió en el pasado y dirige ahora los trabajos en la lucha contra la fiebre porcina africana».

En esos estudios también descubrió dos cepas virales aisladas en aves migratorias muertas, una variante modificada en laboratorio, de baja patogenicidad. Sus resultados se incrementaban a medida que daba pases dentro de los animales susceptibles y la aparición de una segunda cepa, con una gran virulencia, adaptada de forma artificial para ser trasladada por medio de aves, mediante biotecnología de avanzada. Unido a eso, se adentró en el mundo de la inseminación artificial, en sementales para el necesario desarrollo de la ganadería, previendo una enfermedad que afectaría la masa genética.

Rosa Elena, como cariñosamente la llamaban y todavía reconocen sus compañeros de labor en el ámbito científico, fue sin duda una abanderada de la introducción y generalización de los resultados de la ciencia en la práctica cotidiana y de la urgencia de transformar esta actividad en una verdadera fuerza productiva, mediante el incremento de sus impactos en la economía, la sociedad y el medio ambiente.

Ella trabajó fuerte, recorría toda Cuba, todas las provincias e instituciones; conversaba, aconsejaba, creaba comisiones, fundaba centros; dirigía con mano firme, con austeridad, pero con autoridad y ejemplo personal impresionantes.

Quizás por eso está su impronta en cada pasillo de los centros científicos, en cada laboratorio, en sus asambleas, en sus vivencias cerca de Fidel, en los muestreos, comisiones técnicas, talleres, siempre dirigente, investigadora, compañera, revolucionaria…

Nunca se sintió por encima de nadie ni consideró que tenía la última palabra; pensaba que había que escuchar para llegar a un consenso, escuchar siempre al pueblo, para saber cómo estaba el ánimo de la gente y qué se podía hacer para ayudar a levantarlo. No se consideró jamás merecedora de bien alguno que la diferenciara del resto de los compañeros, sin dejar de mantener la ética correspondiente a su cargo.

Entre sus grandes virtudes tenía la de ser una persona con mucha visión, proyección y presentaba la manera más práctica de llegar al final. Constituye permanentemente un ejemplo de mujer cubana que dedicó su fructífera vida a la ciencia. Exigente, amiga y jefa a la vez, orgullosa de la tropa que dirigía con la cual -según sus propias palabras- “se podía ganar cualquier batalla”.

Como paradigma de mujer científica recibió los más altos reconocimientos, incluida la condición de Heroína del Trabajo de la República de Cuba, pero sobre todo el cariño y respeto de su pueblo, al que tanto amó y a cuyo bienestar de salud dedicó toda su vida.

En esta mujer insigne, cuya desaparición física ocurrió el 22 de octubre de 2004, hace 19 años, fue decisiva siempre la voluntad de salir adelante, anteponiendo a todos los problemas las necesidades de su amada Patria.

Ana Rosa Perdomo Sangermés