Servando Cabrera Moreno: su obra sigue emitiendo destellos

Servando Cabrera Moreno: su obra sigue emitiendo destellos
Habanera.

Si de los tesoros del pasado siglo se habla en Cuba, se hace imprescindible mencionar la oleada de artistas de la plástica que supieron posicionar la pintura cubana, en uno de los más altos estándares a nivel continental. No fueron pocas las voces que se convirtieron en referentes para épocas posteriores. Precisamente, por estos días se conmemoró el centenario de un integrante de este grupo, Servando Cabrera Moreno.

Desde su paso por la Academia de Bellas Artes San Alejandro, fue dejando signos de la fuerza de su obra, siendo en más de una ocasión primer lugar en los exámenes de dibujo, algo que rápidamente acaparó atenciones, más cuando tenía de compañeros a otros grandes de la vanguardia cubana.

A mediados de los años 40, viaja a Nueva York y conoce a Pablo Ruiz Picasso, un artista que influyó profundamente en su quehacer, le mostró los códigos del cubismo y la abstracción. Tras esa experiencia se aleja de los férreos códigos de la academia y comienza a elaborarse un sello propio, a mezclar el abstraccionismo con rasgos sinuosos del cuerpo humano.

El triunfo de la Revolución representó un cambio drástico en la imaginería de muchos creadores, y Servando es de los primeros artistas en demostrarlo, pintando desde temprano, milicianos, los acontecimientos de Playa Girón y una serie de personajes que marcaron la Cuba que recién iniciaba. Si bien se introduce en una temática nueva, no abandona los trazos nerviosos que venían definiendo su obra, algo que denota su educada mano a la hora de componer.

La representación del cuerpo humano viene ya siendo en Servando Cabrera una constante; para finales de los 60 se hizo dueño de una pintura considerablemente humanista. Es aquí cuando comienza a diluir los cuerpos con los fondos. La figura humana envuelta en color parece explotar por momentos. La magia de sus trazos se asemeja a los “frames” de una película antigua. Servando pinta movimiento puro y estas experiencias le vendrían como un comodín de lujo para su nueva fase.

La pasión por la anatomía humana y esta gestualidad violenta serán la base entonces de una nueva temática en su quehacer, una etapa que se venía anunciando de a poco, una etapa que es, para numerosos críticos, la cúspide de su obra: el acercamiento al erotismo.

En este periodo ya no hay premura, ya los cuerpos no aparecen distantes, todo es una gran fusión, se mezclan los volúmenes y forman masas corpóreas que esconden signos. El coito en su estado más puro se entremezcla con la plasticidad de las formas. Se funden glúteos, pechos, manos, torsos y piernas con una perspicacia que seduce por su artisticidad.

Cien años han transcurrido desde su natalicio y su legado más que permanecer, crece; y es que una obra tan profunda como la suya no amerita menos, no por gusto es visto hoy como uno de los artistas más significativos de la historia del arte cubano. 

Marcos Harold Linares García