Tata Güines y la bendición de la inmortalidad

Había empezado hace media hora y, minuto a minuto, Tata continuaba desafiando la incertidumbre. Era un diálogo honesto y fascinante donde las guías de la academia quedaron relegadas a los libros. El maestro autodidacta acariciaba la tumbadora y de ella nacían polirritmos y síncopas que atestiguaban una historia: la de su progenitor.
Güines, actual Mayabeque, 30 de junio de 1930. Federico Arístides Soto Alejo arriba al seno de una familia de músicos. Leguina, caja, esquina de Capilla de Santa Bárbara.
Primer vistazo a sus inicios
El rey de los tambores en Cuba tuvo la infancia estándar para los negros pobres de la época y trabajó desde chico. La música era una y toda, y pronto incursiona con el contrabajo con Ases del Ritmo.
En 1946 compartió escena con el Conjunto de Arsenio Rodríguez, dos años después se traslada a La Habana, y a comienzos de los 50 participó en numerosas orquestas y agrupaciones.
Por entonces, Federico Arístides no tuvo la oportunidad de conocer la impronta de Amadeo Roldán o Alejandro García Caturla. Su formación estuvo inspirada en las composiciones de Chano Pozo.
“Era simpático, imaginativo, buen improvisador. Eso sí, brusco en el sonido. Tenía más vigor que técnica, con mucho impulso sobre el parche. Pero era un maestro. Abundaban los rumberos de barrio, sin embargo, Chano destacaba por su creatividad. En cualquier lugar se inspiraba y no olvidaba el número”, declaró en una ocasión.
En 1952 forma parte de Fajardo y sus estrellas con los cuales va a Nueva York tiempo después. Allí acompañó a figuras como Frank Sinatra, Josephine Baker, Miles Davis y Bebo Valdés. Graba con Guillermo Barreto, Arturo O´Farrill, e integra el Quinteto Instrumental de Música Moderna. Eran años dorados de su vida y de la historia de la música cubana.
“Siempre anduve rodeado de músicos de jazz. Y dejé mi huella, no cabe dudas. En verdad, me gusta improvisar y, en el jazz, no es fácil. Tiene métricas difíciles. Desarrollé un estilo, una técnica propia. ¡Nadie me la enseñó! Todo para buscar un sonido más limpio, con matices”, afirmó.
Frente a los reflectores del Waldorf Astoria debuta como solista. Los éxitos precedentes confirman el deleite del público y la crítica. Los especialistas lo llaman “manos de oro” y la técnica peculiar de Tata afirman su singularidad y riqueza expresivas.

“No me importa el idioma. Nada tiene en común con la tumbadora. Importa el alma, aparte de la técnica. Vale la emoción. De veras, si uno trabaja con emoción y con buena técnica, todo lo consigue”.
Luego de 1959, cuando muchos músicos se iban de Cuba, él regresa y funda los Tatagüinitos, en 1964. Su estirpe, emblema y reputación elevan y modernizan el arte de la percusión.
Participa en un concierto junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba y posteriormente, acompaña a Sergio Vitier en el tema Ad Libitum, el cual contó con las interpretaciones de Alicia Alonso y Antonio Gades.
Otras colaboraciones internacionales, su presencia en Estrellas del Areíto (1979) y los siguientes temas y composiciones enaltecieron el recorrido final de una vida prolífica que vio su fin el 4 de febrero del 2008.
“Siempre consideré que la misma importancia tenía en la orquesta un violín, un piano o una tumbadora. Todo requiere su arte. Además, sin percusión no hay ritmo y sin éste, ¿dónde está la música cubana?”
Bendecido de inmortalidad, al compás de la vida, en cada canto y en cada causa, Tata Güines nos deleita con una sonrisa ante el llamado de la memoria.