Tomás Gutiérrez Alea y la genuina honestidad del artista
El renombrado crítico de cine Paul Schroeder consideró a Tomás Guitérrez Alea como el más importante y consistente cineasta crítico en Cuba. La investigadora Julia Levin expresa que Titón y sus filmes derrumbaron el estereotipo del arte como propaganda, sustantivo más allá del mensaje y de su recepción. “Repetidamente en su trabajo, el director pintó un retrato más complejo de los cubanos que el que el resto del mundo fue capaz de imaginar”, afirma la autora.
Desde su formación inicial hasta las posiciones en el naciente Icaic y la Uneac, la iniciación con Historias de revolución, la adaptación de Las doce sillas, el retrato episódico y sustancial en la Muerte de un burócrata, las crónicas estructurales de Memorias del subdesarrollo, las transiciones en los años setenta, el retrato entre la realidad y las expectativas en Hasta cierto punto, la ficción materializada en los contrastes de los relatos oficiales y su asunción práctica en Fresa y chocolate, o la contemporaneidad relativa sujeta a cuestionamiento en Guantanamera, la estela de Tomás en la cinematografía cubana permanece como una de las más genuinas y originales de su historia.
En el enfrentamiento a los dictados del buen gusto, los discursos de permisividad en un contexto como el cubano reafirmaron un diálogo con el desarrollo del arte desde la promoción de la creatividad. El análisis explícito de esas fronteras desde el reflejo de la realidad (encapsulada en aquellos tiempos con las propuestas del realismo socialista) y el deber comprometido o discurrido de la expresión artística en sus múltiples vertientes configuraron un espacio heterogéneo en el cual intervinieron algunas de las mejores propuestas de aquellos momentos.
En Memorias… y las múltiples opiniones generadas en torno a ese filme, Alea respondía de este modo a quienes veían en él una crítica a la Revolución, a quienes se consideraban: “(…) los únicos depositarios del legado revolucionario, aquellos que saben qué es la moral socialista y quienes han institucionalizado la mediocridad y el provincialismo… Ellos son quienes no dicen que las personas no son lo suficientemente maduras para conocer la verdad… Ésta película también está dirigida a ellos (…) a provocarlos, a irritarlos”.
Como parte de dicha visión no se ocultaba un recelo venturoso en las antífonas elucubradas del mal genio, sino una certeza, reafirmada por un espíritu contrastado en un talento como el suyo, para hacer allí donde más se necesita, sin rehuir la mirada con temor de resultar evidente, abrazando el diálogo a partir del contraste con esa otredad, incómoda por naturaleza y desde de la cual se confirmaban viejas certezas y nuevos prejuicios en esos encontronazos con la realidad que hilvanan los hilos del arte revolucionario que Titón defendió.
En conversación tan temprana, el 26 de octubre de 1962, Alea argumentaba la necesidad de no asombrarse ni asustarse ante el error. La sinceridad del artista, en la práctica, se abrirá paso por entre ellos y constituirá una base para afirmarse en la realidad. “Se entiende que la no comprensión inmediata de una obra no puede constituir una amenaza de desintegración de nuestra sociedad y que por lo tanto no puede ser negada sobre la base de unos razonamientos que pueden ser erróneos, pues esa obra tiene muchas probabilidades de no ser un mero accidente histórico sino que muy bien puede ser el producto lógico de determinadas circunstancias que no debemos ocultarnos a nosotros mismos si queremos ir a una interpretación correcta de la realidad que nos rodea”.
Y continuó:
“El artista no puede apoyarse en fórmulas teóricas preestablecidas para encontrar una aprobación inmediata de su obra. Existe siempre el peligro de la aceptación de normas teóricas como leyes inflexibles de la creación artística, olvidándose de que en arte la práctica precede a la teoría. Pero ya se sabe que un académico no es un artista. Y eso nos lleva a otras conclusiones como son la de que un verdadero artista no puede dejar de ser moderno, es decir, no puede dejar de estar impregnado del espíritu de su época, no puede dejar de sentir en alguna medida las fuerzas que configuran el desarrollo de la realidad que lo rodea. Un artista moderno siempre ha de confrontar el riesgo de no ser comprendido en un primer momento. Y un artista moderno, verdadero, no puede dejar de asumir ese riesgo, pues lo único que no puede abandonar es su sinceridad y esta cualidad es la que lo obligará a expresarse en una forma y no en otra”.
De ese modo, como expresa el crítico David Wood, en el corazón de sus ideas estuvo el rol crucial de diálogo entre la película y su audiencia, entre el estado y el público. No fue Alea, prosigue Wood, un portavoz de la Revolución, sino uno de sus locutores más importantes. En opinión del investigador Michael Chanan, el sentido del diálogo en la cinematografía cubana permite que la pantalla se convierta en una preservación crucial del debate público, un espacio que vinculaba a amplios sectores de la población en un diálogo sobre el significado y la calidad de sus vidas.
En esa esfera ─explica Wood─ Gutiérrez Alea desarrolló como ningún otro este espacio de mediación para facilitar, y de hecho realizar, debates sobre la relación entre la cultura y la política en tiempos de crisis, respondiendo a eventos clave y a desafíos en la producción de sus películas, mientras permanecía fiel a su punto de vista de que: “Para ser eficaz en el plano ideológico, el cine debe ser eficaz como cine, es decir, debe ser eficaz en el plano estético”.
Tal concepción quedó expuesta en su ensayo Dialéctica del espectador y, de forma general, en la carrera de Titón durante toda su vida. En este aniversario de su natalicio, allende al recuerdo de su impronta, permanece su calidez humana y su desafiante entereza para indagar en la naturaleza humana en medio de las más complejas situaciones: el mérito, ante la imposibilidad de proveer respuestas universales, de hacer las preguntas necesarias e imprescindibles.
En palabras de Julia Levin: “(…) Alea trajo una vitalidad y exuberancia sin precedentes al cine cubano, rico con ideas e interpretaciones, para crear un tejido conectivo a menudo contradictorio, complejo de la vida en Cuba. Mostrando la vida cotidiana y las personas ordinarias, fue capaz de dotarlos con todas las excentricidades del mundo, sin nunca parecer trillado o cliché. Los filmes de Alea ofrecen perspectivas curiosas de la conformidad y la libertad, la madurez y el estancamiento, la política y la personalidad, y la cordura y el drama como componentes inextricables de ese todo denso y vivificante, que es la vida”.