Calixto García lo afirmó: ¡libres para siempre!
La noticia de la muerte del Mayor General Calixto García Iñiguez en Washington, en diciembre de 1898, causó muy hondo pesar en Cuba, por el recuerdo de un insigne patriota, de incansable batallar por la independencia de su Patria y la libertad de su pueblo, y de una estela larga e indeleble de heroísmo combativo.
En aquella tierra extraña, en el país que lo había herido y humillado, acudieron a sus funerales no solo diplomáticos allí acreditados, sino congresistas y altos representantes de los cuerpos armados de los Estados Unidos, acompañando el féretro hasta el cementerio de la localidad, donde fue depositado temporalmente.
Calixto había muerto debido a una fuerte pulmonía durante el cumplimiento de la misión diplomática en ese país para determinar con el gobierno el destino del Ejército Libertador y el pago de sus haberes, entre otros asuntos.
Se acordó trasladar sus restos a Cuba cuando las tropas españolas que él tanto había combatido hubiesen abandonado el país, lo cual ocurrió dos meses después.
El crucero de la armada norteamericana Nasvhille los trajo a La Habana, pero su entierro en la tierra natal amada fue tormentoso. Quienes debían rendirle tributo, debido a malos entendidos, se retiraron en masa del acto de enterramiento, porque no estaban de acuerdo con que los estadounidenses encabezaran el cortejo fúnebre de su querido y apreciado jefe mambí.
Y es que en la ceremonia de sepultura los interventores yanquis, con una desvergüenza total, ocuparon el lugar que por derecho correspondía a las autoridades cubanas.
El Gobierno de Ocupación, aprovechó la solemne ceremonia para sus propósitos de eliminar del panorama cubano a la Asamblea del Cerro. Las fuerzas de caballería ocuparon la sede de la Asamblea, lugar acordado para reunirse el Ejército Libertador y desde allí acompañar el cortejo fúnebre y rendirle el último tributo.
Su madre Doña Lucía exigió que, a Calixto García, el insigne patriota que había combatido en las tres guerras, se le realizara un entierro cubano con todos los honores, porque no podía haber otro tributo de despedida para quien todo lo dio por Cuba y tuvo como viril respuesta: «¡O libres para siempre o batallando siempre para ser libres!».