De la danza, de la postmodernidad y de un apocalipsis (II parte)

De la danza, de la postmodernidad y de un apocalipsis (II parte)
Foto: La Jiribilla

La primera obra postmoderna de danza-teatro cubana fue Decálogo del apocalipsis, del Maestro Ramiro Guerra. En su libro Coordenadas danzarias el Maestro nos dice que “…con Pina Baush a la cabeza, un grupo de creadores se dedicarán a devolver al mundo de la danza los aspectos emotivos, la teatralidad y la figuración emotiva, aunque esta última parecerá filtrada por los procedimientos postmodernos…” 

Obsérvese que Ramiro nos remite al teatro como sinónimo de escena. Más adelante indica que, frecuentemente, la figuratividad se materializa por medio de procedimientos tecnológicos teatrales que permiten lograr una mejor comunicación en el espectáculo danzario. El movimiento corporal no deja de ser el portador del discurso central, pero ese discurso coreográfico generado, incluso puede fundirse con la palabra.

La danza-teatro recrea el contenido histórico tomando como punto de partida acontecimientos que la sociedad considera sagrados, para revisarlos mediante la ironía. No es porque la historia haya finalizado sino porque a estos creadores sólo les interesa mostrar la experiencia individual que se desenvuelve como una sucesión emotiva.

En la danza-teatro de la postmodernidad, las técnicas clásicas de movimiento, como la académica y la moderna, se utilizan claramente y también subvirtiendo sus sentidos originales.

El vocabulario técnico se explora hasta variantes irreconocibles o se mezcla con movimientos y gestos de la más evidente cotidianidad. Se incorporan al espectáculo escénico técnicas provenientes de las artes marciales y de la medicina regenerativa. Se utiliza cualquier manera de moverse o de no moverse, incluso, la repetición hasta el agotamiento del mismo movimiento, sea técnico o no.

Algunos creadores llenan la escena de agua, de lluvia, de hojas, flores, tierra, césped, para reproducir los espacios naturales. Otros prefieren salir de los ámbitos teatrales convencionales y convertir los espacios públicos en sedes de la presentación. Edificios en ruinas, construcciones olvidadas, azoteas, parques, etc. prolongan la obra hacia un auditorio que no es convocado, sino que concurre por el azar.

Todas las características analizadas las encontramos por primera vez en el ya lejano 1971, cuando el maestro Ramiro Guerra concibió Decálogo del apocalipsis, por lo que es, aunque no se haya estrenado, nuestra primera obra postmoderna de danza-teatro.

Vladimir Peraza Daumont

Teatrólogo. Asesor del Departamento de Desarrollo Artístico del Consejo Nacional de las Artes Escénicas de Cuba y su representante en la Plataforma Iberoamericana de Danza. Es miembro de la Sección de Crítica e Investigaciones Escénicas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Habitualmente publica ensayos y artículos de crítica especializada en diversos medios y soportes. Columnista de la Revista Cultural La Jiribilla.