El combate de El Uvero, gloria a la Revolución
Enfilando por la costa sur de la Sierra Maestra, junto a la carretera que hoy enlaza a las provincias de Santiago de Cuba y Granma, tuvo lugar hace 66 años una de las más audaces acciones de la guerrilla revolucionaria, bajo el mando del Comandante en Jefe Fidel Castro: atacar la guarnición militar que se encontraba en la localidad costera de El Uvero, con el objetivo de entretener a las fuerzas de la dictadura y disminuir la presión hacia los expedicionarios.
Unos 16 kilómetros de distancia y ocho horas de camino vencieron los guerrilleros la noche del 27 de mayo de 1957 para llegar hasta el cuartel de El Uvero, en horas de la madrugada del siguiente día. En su relato sobre este enfrentamiento, uno de sus protagonistas, el Comandante Ernesto Che Guevara, cuantificaba en unos 80 los atacantes rebeldes y 53 los soldados defensores de la guarnición.
Para esa fecha, la guerrilla estaba integrada por sobrevivientes de la expedición del yate Granma, campesinos y obreros incorporados durante los días posteriores al desembarco, más un grupo de combatientes que en marzo de ese mismo año habían subido a la Sierra Maestra enviados por Frank País García y Celia Sánchez Manduley que, aunque armados y entrenados, aun no habían entrado abiertamente en combate.
En medio del tiroteo general, las tropas rebeldes fueron avanzando y la lucha se extendió más tiempo de lo previsto. En el análisis de la situación, la máxima dirección revolucionaria valoró que algunas informaciones sobre las posiciones enemigas resultaban incorrectas. El cuartel estaba bien defendido y las fuerzas rebeldes solo disponían de fusiles de infantería. Por su parte, el enemigo oponía una tenaz resistencia.
El entonces capitán, y hoy General de Ejército, Raúl Castro señalaría: “Almeida fue el alma del combate y el Che comenzó a destacarse allí como un guerrillero impetuoso… El encuentro de El Uvero nos dio categoría de tropa experimentada”.
En el enfrentamiento los rebeldes sufrieron 15 bajas, dentro de ellas 7 muertos. De esa talla estaban hechos los guerrilleros que conquistaron el triunfo aquel amanecer de fuego, aunque alto fue realmente el precio de la victoria, pues ofrendaron sus vidas los tenientes Julio Díaz González -asaltante del Moncada y expedicionario del Granma- y Emiliano Díaz Fontaine, «Nano», junto a los combatientes Eligio Mendoza Díaz, Gustavo Moll Leyva, Francisco Soto Hernández, Anselmo Vega Verdecia y Emiliano R. Sillero Marrero.
Heridos resultaron el entonces capitán, y luego Comandante de la Revolución, Juan Almeida Bosque y el teniente Félix Pena, además de Miguel Ángel Manals, Mario Maceo, Manuel Acuña, Enrique Escalona, Mario Leal y Hermes Leyva.
Destacaba Fidel años más tarde que aquel sentimiento de solidaridad, aquel deseo de ayudar a aquellos cubanos que habían desembarcado días antes desde el yate Corynthia, fue lo esencial en esa acción, que sacudió el país para atraer la atención del ejército de la tiranía.
El éxito de la batalla influyó decisivamente en la profundización de la conciencia de lucha de las fuerzas rebeldes. Con creces demostró que se podía infligir una seria derrota militar al régimen batistiano y puso de relieve la fuerza de la moral revolucionaria.
El combate de El Uvero contribuyó a demostrar cuál era la verdadera estrategia del triunfo. Fue una clarinada similar a la primera carga al machete ordenada por Máximo Gómez en Pino de Baire, Jiguaní, en la noche del 28 de octubre de 1868, con la que aniquilaron a más de 200 soldados españoles, que experimentaron sobre sus cuerpos, por primera vez en la guerra de independencia de Cuba, los horrorosos efectos del machete diestramente manejado.
El Uvero fue la expresión del camino y la táctica que 19 meses después permitieron el triunfo definitivo. Fue, sin dudas, un combate que cubrió de gloria a la Revolución, no solo por el derroche de valentía de los rebeldes, sino también por el profundo sentimiento humano demostrado en la acción.
Las armas ocupadas al ejército enemigo proporcionaron mayor fortalecimiento de las fuerzas rebeldes. El combate demostró que la guerrilla estaba apta para empeños mayores.