El Icaic y la identidad del cine cubano

El Instituto Cubano del Arte e Industrias Cinematográficos (Icaic) fue la primera institución cultural creada tras el 1 de enero de 1959, ejemplo de la significación del cine para el proceso revolucionario que acontecía en Cuba y las vías para su gestión desde las directrices de ese proceso, complejo y contradictorio, que en su configuración oficial dejaba ver el cine como arte en el primer Por cuanto promulgado en la Gaceta Oficial del 2 de marzo de 1959.
Una lectura atenta a dicho documento da cuenta de la amplitud de miras que se proyectaron en aquel período. La efervescencia revolucionaria, los cambios, las consideraciones hacia el llamado hombre nuevo y los encargos para con la nueva sociedad marcaron los destinos de la cinematografía nacional en la extensión de sus representaciones y en la formación y educación del público.
La investigadora Idania Pupo Freyre destaca que tras el 1 de enero de 1959 en Cuba se experimentó por vez primera una ruptura con la línea de apropiación cultural del modelo mercantil de la industria extranjera y se abría paso a un nuevo proyecto de transformación en el cual el Instituto desarrolló y continúa desarrollando (en condiciones diferentes a las de su origen) una labor con un carácter transformador y reivindicativo del trabajo artístico y creativo, y como un eje central en la formación cultural y educativa del pueblo cubano.
“El trabajo del Icaic ha estado relacionado estrechamente con la intelectualidad cubana y su rol dentro de la transformación del cine cubano, como expresión genuina de los valores y tradiciones del pueblo y la nación. Se conformaron proyectos transdisciplinarios que agrupaban a escritores, artistas de la plástica, músicos, entre otros. De ellos, surgió el Grupo de Experimentación Sonora del Icaic, precursores de la Nueva Trova y en cercano vínculo con el movimiento de la canción protesta, se creó la escuela de la cartelística cinematográfica cubana, la revista Cine Cubano, una escuela de cine internacional, un festival de documental, la fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, entre otras iniciativas, para dar impulso a la cultura audiovisual del país”, comenta Pupo Freyre.
Como afirmó Graziella Pogolotti:
“El sistemático intercambio de ideas, asentado en una práctica artística concreta, ayudó a configurar una base conceptual en torno al papel de la cultura en la construcción del socialismo en las condiciones específicas de Cuba. A partir de esa plataforma, los cineastas cubanos se proyectaron en la esfera pública como protagonistas de algunas de las polémicas fundamentales en el efervescente clima ideológico de los 60 del pasado siglo.
“Transdisciplinario por naturaleza, el cine convocó a escritores, artistas plásticos y músicos. Algunos de los más significativos compositores de la época, en estrecha colaboración con los cineastas, contribuyeron con sus partituras a la producción de sentido de nuestros filmes más reconocidos”.
El paso del tiempo y la sucesión de los filmes demuestran la significación del cine en la sociedad cubana. En ello, el Icaic ha logrado poner y difuminar esa trascendencia para el futuro, desde la diversidad de las artes visuales y los retos inherentes a ello. Un tesoro sin precio, un regalo que vive, con su inefable diversidad para enseñarnos la alteridad de nuestra realidad en sus múltiples facetas.
Con ese espíritu es menester recordar al crítico cubano Juan Antonio García Borrero en referencia a la significación de la fecha que hoy conmemoramos:
“Como todo lo humano, en la historia del Icaic puede advertirse un sinnúmero de contradicciones. Este día quiero pensar solo en esas cosas formidables que como institución ha conseguido en estas cinco décadas. Películas que nos describen en nuestra complejidad más radical, como pueden ser Memorias del subdesarrollo o Suite Habana. Documentales que renovaron nuestra manera de mirar la realidad. Debates donde se defendió la necesidad de que la herejía intelectual no fuera confiscada, o monopolizada por un solo grupo o persona. Visión del cine como un movimiento cultural, y no como simple artesanía.
“En mi caso personal, el Icaic no funciona como un fetiche al que hay que adorar de modo absoluto y sumiso. En verdad, el Icaic ha sido una escuela que me ha enseñado a pensar el cine cubano desde la complejidad, y, sobre todo, con cabeza propia (a veces, para cuestionarlo). Puedo darme el lujo de escribir esto, porque el beneficio que me ha reportado la creación de ese instituto no es material, sino en todo caso, intelectual. Y esa ganancia, a diferencia de las materiales (…), no te la quita nadie”.